lunes, 1 de septiembre de 2014

Nota sobre la poesía de María Malusardi, por Paulina Vinderman

por PAULINA VINDERMAN [mediaisla

Maria 
Malusardi nos conmueve, nos estremece, nos hace cómplices de sus carámbanos filosos que queman en las manos y nos interpelan [...] esplendor de una poética que brilla con luz propia dentro de la poesía argentina contemporánea.
El dolor se enamora de las palabras porque las necesita, escribí hace tiempo. Una frase que se ajusta con precisión a la poesía de Malusardi, lacerada, lacerante.
Ese dolor que se reitera con bella lucidez en cada uno de sus libros es, claro, el de vivencia existencial pero también, el horror del mundo y de sus víctimas.
La muerte, la infancia, la soledad, la tragedia, son sus obsesiones.
En su libro Diálogo con pescadores la muerte es identificada con la ausencia, más que con la finitud. Ausencia convertida en un lugar de estupor, de extrañeza; de una soledad en un escenario que antes estuvo compartido o poblado.  M.M. pregunta una y otra vez “¿por qué te fuiste?” a un interlocutor que se hace múltiple: amor, amores, pérdidas: “perderte luego encontrarte luego perderte…”
La voz lírica, a veces perpleja, es la de la mujer en la playa enfrentada a un mar mudo, a pescadores ocupados en sus asuntos y que regresarán a “una mujer triste atareada en la escama”. M.M se confabula con ella en el tic tac desesperado en la espera: “¿fui esa mujer triste atareada en la escama?”
“La poesía habla a la herida inmediata”, escribió John Berger, agregando: “la poesía no puede reparar ninguna pérdida pero desafía al espacio que separa; reúne lo que ha sido desperdigado”. Por eso Malusardi confía en el poema como punto de cita: “debo seguir en la herida (diálogo con pescadores) avanzar la escritura (diálogo con pescadores)…”
La segunda parte de ese libro es “Antígona o la derrota”.
María dice “Mi tragedia no es morir sino permanecer”. En este territorio, arenal que tiembla, Malusardi se une a Antígona en su deber hacia los que ama, pero su destino es sobrevivir: una tragedia callada y la memoria que arde (en definitiva, la poesía).
Es en este texto donde imprime su lema: “El poema rehace mi existencia incompleta”.
Maria malusardi. Artista del trapecioEn Trilogía de la tristeza, los interlocutores son escritores reconocidos y admirados, que llevan el tatuaje de esa palabra: Por el horror de su experiencia límite en los dos primeros casos, por el exilio y orfandad en el último: Imre Kertész, Paul Celan y Franz Kafka.
María funde su soledad en esas soledades, incorpora su propio vagoncito de tristeza por la pérdida, atributo de toda melancolía.
Su estilo —su lapicito— es más ajustado que nunca a su conjuro. Mosaicos dibujados en la página, fragmentados y pegados después con su argamasa sin puntuación, que acentúa la urgencia del monólogo interior; así los pájaros extraviados del dolor pueden quedar atrapados en la blancura del papel.
“La muerte es la raza del poema”, afirma. Aparente paradoja, porque la poesía toca la muerte al tocar la vida en profundidad, en su precioso testimonio.
El zurcido de las relaciones familiares (siempre precario) y las heridas de infancia, son escenificados en “El orfanato”, donde M.M. fabula aglutinarse con otras niñas.
Metáfora del orfanato del mundo, Malusardi comprende y asume allí la escritura como mandato y deber.
Maria malusardi. museo de postalesArtista del trapecio es el título de su libro más reciente, bajo la advocación del cuento de Kafka.
Acá, la vida y la escritura son “un vacilar peligroso y un peligroso estar de pie” (Nietzsche dixit). El riesgo, la orilla, el borde, siempre alumbraron sus poemas pero ahora agrega un sabio plus: la fascinación humana por la caída, la seducción del vacío.
No sólo se trata de lograr el equilibrio sino de recuperar el habla después de la caída: la marca que el lenguaje nos deja y desde la cual podemos interrumpir el silencio, casi con culpa. Ese viaje hacia el origen que el poema siempre intenta.
Malusardi nos conmueve, nos estremece, nos hace cómplices de sus carámbanos filosos que queman en las manos y nos interpelan.
Autenticidad, certeza, esplendor de una poética que brilla con luz propia dentro de la poesía argentina contemporánea.
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PAULINA VINDERMAN, Poeta y traductora; nació en 1944 en Buenos Aires, ciudad donde reside. Publicó los siguientes libros de poesía: Los espejos y los puentes (1978), La otra ciudad (1980), La mirada de los héroes (1982), La balada de Cordelia (1984), Rojo junio (1988), Escalera de incendio (1994), Bulgaria (1998),El muelle (2003), Cónsul honoraria, antología personal (2003), Hospital de veteranos (2006), Bote Negro(2010) y La epigrafista (2012).

martes, 26 de agosto de 2014

La poesía del movimiento por Laura García del Castaño. Palabras sobre "Tai Chi" de Jorge Carranza

La poesía del movimiento por Laura García del Castaño

Entre los clásicos del Tai Chi hay un anónimo: “La canción de las trece posturas”:
“Mantén las trece posturas
no las olvides
Cuando desees moverte
empieza desde la cintura.
Se sensible a los cambios
al más ligero cambio
de lo lleno a lo vacío…”

“En el abrazo de la quietud
yace el movimiento
Y dentro del movimiento
la quietud se oculta.
Busca por tanto
la quietud en el movimiento.
Si puedes encontrarla
los tres tesoros serán tuyos…”

El libro de Jorge Carranza comienza con una evocación al niño que fue. Este niño viene a buscarlo desde el futuro, como si el vivir fuese un reencuentro con el nacimiento, un ir hacia el inicio, un círculo, cuyo relleno contendría lo dulce y lo amargo, la luna interior y la exterior, el sueño y lo poderoso, el ying y el yang, en continua mezcla y empuje. (movimiento del Tai Chi, ir con un todo en equilibrio).

De esta manera el libro se asentaría siempre sobre dos extremos, ni consecutivos ni lineales, sino cíclicos, opuestos que interactúan, lo lejano está cerca, el afuera es adentro, dureza y suavidad, camino de ida y de vuelta, arriba y abajo, el ying y el yang, uno dentro del otro, ninguno sin el otro; y de pie en este círculo, el poeta en equilibrio, el Tai Chi, la meditación del movimiento o mejor dicho “la poesía del movimiento

Cheng Man Ching, maestro chino de Taichi del siglo veinte dijo “invertir en la pérdida. Esto significa estar dispuesto a perder el equilibrio con el fin de encontrarlo”.
Dice otro poema anónimo del Tai Chi:
“Mis movimientos me van desarmando
tal como un viejo guerrero
que se va sacando la armadura
porque ha renunciado a la guerra.”

“Mi danza es muy suave y lenta
porque la hago a la orilla del abismo
que es la ausencia de paz.
Se desplaza por el espacio como un suave viento
y a medida que avanza va inaugurando espejos
en uno se refleja el niño que fue
en otro aparecen resucitados sus sueños muertos
otros muestran el fuego que le da vida a su pecho
y la tierra que será cuando el tiempo se le clausure
Se desplaza por el espacio como un suave viento
y su cuerpo le da vida a espejos donde aparece
lo que fue lo que es y lo que será”

Cada poema de Jorge Carranza es transparente como una hoja de calcar en la que debajo se aprecia un guerrero silencioso y sentimental, que como en el Tai Chi, va sacando su armadura, porque ha renunciado a la guerra.

Un guerrero que se equilibra en el desequilibrio, un guerrero del espacio y del detalle, obsesionado con el tiempo y el silencio.  

Cito del libro: “caminar sobre hielo quebradizo, hay que moverse solo lo necesario”

Jorge no sentencia, ni es inapelable, usa el presente sólo en función de lo que fue y lo que vendrá, no pone cosas por encima de otras o en contraposición, sino que todo esta en continua fusión, en los “movimientos sagrados de una danza milenaria”

En el poema cero a la izquierda dice: “La vida pasa como un vientito y roza al poeta”.

El poeta es un paciente observador del delicado proceso de las cosas y de él mismo, que trasmutará de observador a reflejo de la naturaleza.

(Y en este contexto hay una empatía con la poesía China, hombre y naturaleza unidos)
Shchtski escribe en la teoría del libro de los cambios “la vida interior lo que ha de venir, lo que esta siendo creado y el mundo exterior, lo que está desapareciendo, disolviéndose”

A medida que el mundo exterior del libro se disfuma, pierde consistencia y valor, el mundo interior del poeta que es el mundo interior del hombre empieza a develarse, se despeja, se acerca y en ese trabajo el poeta también se desapercibe materialmente y se ve incluso en algunos poemas desde afuera, en una visión omnisciente

Cito del libro: “Un pedazo de mi/se terminó de ir el otro día/se fue yendo de a poco/sin esfuerzo/ delicadamente/se desprendió como lo hicieron los continentes/y ahora hay un mar entre ellos/ Ya es una isla que flota/allí al frente/y se sigue alejando”

Salvo algunos poemas como “A la canasta”, “La caja del camión”, “Suelo sagrado”, “Remera”, los poemas del libro poseen una ausencia de objetos y esta devaluación de la materia le otorga al libro una suspensión, una gravedad, una flotación, incluso es casi nula la presencia de los sentidos del olfato, el gusto y el tacto, sentidos primordiales de la comprobación física del mundo, en contraposición, hay un predominio del sentido de la vista y el oído, pero, lo que mira y escucha el poeta no es estático por consiguiente no es seguro, está siempre inclemente, está siempre rotando como las estaciones y los fenómenos climáticos, y como estos encarnan en el poeta, él mismo es un tránsito de estados, y en consecuencia este continuo tránsito amenazante está teñido de melancolía.

Otra particularidad es la ausencia de colores. Sólo utiliza el blanco, el negro y el amarillo. El blanco y negro como unidad del ying y el yang y el amarillo como generador del ying y el yang y centro de todos los colores, todo simbología del Tai Chí.

En los 53 poemas, además se va dando un proceso, cambios sutiles, fases (para decirlo correctamente), estas son: brotar, florecer, madurar, marchitar, inactivo, brotar, florecer, madurar, marchitar, inactivo. Nacer y retornar con uno mismo con su patria con su casa. Una postura en movimiento en busca de equilibrio.
Todos sabemos que la metáfora es una comparación o una sustitución de elementos que son lejanos en apariencia pero cercanos en experiencia. El poeta utiliza el agua, lo irán descubriendo a lo largo del libro, pero el agua en sus diferentes estados. Tendrá la verticalidad de la lluvia que es la verticalidad del miedo. 

Tendrá la horizontalidad del río que es la horizontalidad del tiempo y su arrastre. El hielo como la dureza de la maquinaria mental. La laguna como el interior del poeta, la nube como la vida en continua mutación y amenaza. Y luego habrá otros elementos. La luna como mediadora y luz espiritual. El invierno como letargo unida a la noche como suspensión de luz y seguridad. El sueño será agua también, por eso el hablará siempre en términos de inmersión. El sueño es agua a riesgo de evaporarse.

El silencio está siempre al centro, es la casa y la patria, el poeta es un buscador incansable del silencio. El poeta es el que se domina, el poeta es el equilibrio en sus poemas.

Cito del libro: “ a veces el corazón amanece con nube, pasan días y la nube permanece, no se va, ya vendrá el viento bueno, el que despeja y limpia y arrima siempre tiempos mejores”… “Este río en el que vamos pone y saca lleva y trae a su antojo. Hoy arrimó a esta pobreza lluvia y brisa”
Aquí sería “Cuando la naturaleza habla y actúa

La naturaleza decide sobre el poeta, lo invade y el se entrega, para ser curado, custodiado o simplemente transformado en total consentimiento y aceptación.

Y aún cuando hable desde cierta pesadumbre, lo hace de un modo indulgente y cálido. Incluso utiliza mucho los diminutivos, que es un poco el pudor a la dureza de ciertas palabras, como si quisiera aliviar su impacto, acariciar su sentido.

En lo personal no utilizaría el término sencillísimo ni llano para calificar la poesía de nadie mucho menos la de Jorge Carranza. Eso que algunos llaman simple, es la labor compleja de conversión. Trasladar una visión trascendental a lenguaje cercano, cotidiano y afín. Hablamos de nitidez, asimilación de hoja de calcar, como un ilusionista que utiliza una moneda para un truco de magia. Lo domestico en función de habilidad subjetiva. La alianza de lo cotidiano y lo subjetivo. La alianza de la naturaleza y lo cotidiano. La alianza del silencio y lo confesional.

El poeta será en este libro un tránsito de estados
El silencio será con él inseparable

El universo se da entero a cada instante.
El pasado se monta y se desmonta como la carpa de un circo
El poeta es un hornero dándole forma al caos
Una paloma sobre un cable inestable

Heterónimos a fuerza de unirse o diluirse
Luchadores de sumo, manada y desolación
En el último poema, el único estático del libro, el poeta percibe al fondo de la laguna un tren.

El agua que ha sido el denominador, el cauce, el río, la nube, la lluvia, el mar, aquí es una laguna, aquí hay percepción del fondo, transparencia, el fondo del poeta, la lucidez última donde se reúne con el niño que fue. Dos orillas que eran la misma orilla pero que solo se ha sabido al final, como dice Hugo Mujica, en el epígrafe que cierra el Tai Chi.


miércoles, 6 de agosto de 2014

Pequeñas piezas desoladas, Guillermo Heras




“Me encanta que los animales hablen y además sean más racionales que esta extraña humanidad desalmada”

Entrevista a Guillermo Heras

Guillermo Heras presenta su libro “Pequeñas Piezas desoladas” editado por Ediciones DocumentA/Escénicas y Alción editora. El libro reúne quince obras breves que dan un cierto panorama, “al modo de las piezas paisaje que propone Gertrude Stein.
Por Gabriela Halac
 guillermo_heras_pequeñas_piezas_desoladas_ediciones_documenta_aescenicas_-alcion_editora_julio_2014

Decidiste reunir tus piezas breves en “Pequeñas piezas desoladas“. ¿Qué particularidad encontrás en ese tipo de escritura y cómo se vincula con tus obras anteriores?
Todo parte de mi idea de que soy más un director de escena que escribe que al contrario. Desde ese punto de vista llevo tiempo defendiendo la idea de que lo fundamental de una puesta es la relación del TIEMPO Y EL ESPACIO CON EL MATERIAL REFERENCIAL CON EL QUE TRABAJES SEA ESTE UN TEXTO ABIERTO O CERRADO. Así, incluso en mi obras de más duración suelen decirme que son “obras cortas“. Claro esto referido al estándar europeo de piezas de una duración entre hora y media y dos horas. Por otra parte desde hace años nuestra Asociación de Autores de Teatro fomenta diferentes actividades de escrituras breves para realizar maratones entre sus asociados y eso me parece muy interesante como reto… así que empecé a escribir estas obras muy breves que al final podrían juntarse para dar una cierto panorama, al modo de las “piezas paisaje” de Gertrude Stein de las que tanto habla Lehmann. Por otra parte el hecho de que muchas de ellas partan de un encargo es algo que también me resulta interesante ya que a mi no me suelen acompañar las musas, sino el trabajo continuo y pertinaz.
En casi todas las obras del libro hay animales como protagonistas o la animalidad como concepto ¿Qué te provoca el vínculo entre la animalidad y el teatro?
Me parece que ya las artes escénicas, ya sean teatro, danza, performance… son en sí mismas prácticas totalmente animales. Para una sociedad cada vez más virtual, una representación en vivo se vuelve algo “casi ” obsceno y ahí los animales tienen mucho que decir….puede que sea algo del subconsciente, pero me encanta que los animales hablen y además sean más racionales que esta extraña humanidad desalmada que nos toca vivir.
En tu pensamiento como teatrista, te hemos escuchado reiteradas veces pensar una escritura para la escena. Como autor cuyos textos alcanzan a ser publicados y por lo tanto llegan a circular fuera del teatro, ¿qué reflexión tenés sobre el texto y la escena y sus respectivas autonomías?
Cuando un director o un grupo me piden para montar un texto escrito por mí les suelo decir: “Consideradme un autor muerto“, en el sentido de que pueden operar sobre el texto con extrema libertad. Acertarán o no, pero eso es algo que es autónomo y en mi pensamiento es muy importante diferenciar literatura dramática de escritura escénica, aunque cuando ambas se unen en una metáfora común es cuando creo que asistimos a un gran hecho escénico vivo. La publicación de los textos, su memoria es una cuestión fundamental y la labor que hacen las editoriales que apuestan por publicar textos teatrales me parecen ejemplares. A partir de ahí alguien puede leer el texto en otro lugar muy diferentes del que se escribió la obra y de ahí su puesta en escena se convertirá en una aventura específica a partir de ese texto.
En todas tus obras dialogas con la disciplina teatral, ¿cuáles son los temas que te parecen hoy importantes discutir en el campo del teatro?
Para mi todos los temas en el teatro me paren importantes. Creo que el discurso de las temáticas de LO POLITICO hay que replantearlas radicalmente y mas de cara a un futuro con tantas trasformaciones a la vista. Como autor o director no me gusta ser temático pero, es cierto que como se ha señalado en algunos estudios sobre mis obras, suele haber bastantes referencias a la metateatralidad, es decir a muchas referencias a la escenificación de la propia teatralidad. Haber sido actor o interesarme tanto la escenografía y la iluminación puede que me lleve a incluir muchas referencias de nuestro oficio en mis textos teatrales.
Quizás por que mi vida privada es muy aburrida, por mucho que viaje tanto y vaya a tantos países diferentes. En realidad mis imaginarios están marcados por la metacultura: el cine, la novela, los ensayos….y por supuesto el propio teatro. Mis mayores emociones han sido al ver espectáculos, leer libros o contemplar películas….y puede que en la escritura y en la práctica teatral sublime todos mis deseos, frustraciones y fantasías… de ahí que no haya tenido que ir nunca al psicoanalista.
Autor: Guillermo Heras
Título: “Pequeñas piezas desoladas”
Colección Limbo: Ediciones DocumentA/Escénicas - Alción

jueves, 10 de julio de 2014

Presentación de Hablar de poesía N° 29





 Alción  Editora y DocumentA/Escénicas
Invitan a la presentación de:


Hablar de poesía N° 29




Participan:
Ricardo H. Herrera / Juan Maldonado


Lectura de:
Carlos Schilling, Pablo Seguí, Pablo Anadón
Bernardo Schiavetta, Elisa Molina, Marcerla Rosales
Daniel Vera, Leandro Calle.


Jueves 24 de julio, a las 19 hs.



                                 DocumentA / Escénicas 
                                   Lima 364 - Córdoba         

martes, 20 de mayo de 2014

Sobre "Ángel en llamas" de Daniel Vera por Carlos Schilling



Escrito para una futura civilización verista


Hay tantas puertas que se abren en la casa de la poesía de Daniel Vera que elegir una sola siempre genera una sensación de melancolía intelectual por las habitaciones, los pasillos, las galerías, los patios y los recovecos a los que podrían conducirnos las otras puertas. Y si bien se trata de una casa donde todo está conectado con todo y donde los espacios son reversibles, parecidos a esos dibujos de Escher en los que las escaleras aparecen simultáneamente del derecho y del revés, también es cierto que cada recorrido, cada lectura, cada interpretación, presenta un mapa distinto e incompleto de esa construcción paradójica.

Para más complejidad y placer mental, en esa casa de la poesía de Daniel Vera abundan los planos, los mapas, las brújulas, los instrumentos de orientación. Incluso, podría decirse que es una casa construida no a partir de un plano sino que su misma materia son los planos. Arquitectura y lección de arquitectura al mismo tiempo. Lo que no significa, sin embargo, que esta casa se reduzca al espectáculo de su propia construcción. Hay espejos, sí, muchísimos, pero tarde o temprano uno descubre en ellos un reflejo extraño, una distorsión de la imagen, una insinuación de extravío.

Finalidad sin fin, que es el nombre secular de este libro titulado Ángel en llamas, tiene para mí la particularidad de ser un fragmento de aerolito en la galaxia bibliográfica de Daniel Vera. Los poemas que contiene fueron escritos, al menos en sus primeras versiones, entre 1982 y 1985, es decir que se ubican entre Perífrasis griegas, publicado 1981 y Fundamento Hsin, publicado en 1987, y no sé por qué motivo permanecieron casi totalmente inéditos durante tanto tiempo.

Supongo que hubo una razón práctica relativa a la dificultad de publicar en Córdoba en la década de 1980; también una probable razón estética, asociada al hecho de que todos los libros de poesía de Daniel Vera publicados hasta ahora presentan un principio de coherencia formal o serial, mientras que este resulta mucho más heterogéneo temática y formalmente (si bien utiliza siempre el endecasílabo, hay muchos tipos de estrofas y las extensiones varían de manera considerable desde 2 a 101 versos).

Pero, abusando del lema poético que figura en el blog Tortugas y lentejas y que proviene de Fundamento Hsin, lo que “sin razón se dona y sin locura” puede ser recibido con tanta razón y tanta locura como tenga disponible el lector, intérprete, crítico o, es mi caso, poeta posterior, tardío e influenciado, en el exacto sentido que les da Harold Bloom a todos esos adjetivos.

Obviamente yo no puedo saber de qué manera leo mal a Daniel Vera en mis propios poemas. Sé que no lo leo como Antonio Oviedo, que escribió un prólogo magnífico para Fundamento Hsin, ni como Bernardo Schiavetta (quien fue, en su período de formalista icónico, el poeta más cercano y más lejano a la vez de Vera). Es precisamente esa incertidumbre, esa sospecha en la razonabilidad o la demencia de mi lectura, lo que siempre me provoca una incomodidad de epígono traidor.

Declarada, entonces, mi dudosa competencia, la inestable combinación de delirio e ingenio que es el combustible de mis interpretaciones, paso a proponer la idea de que Ángel en llamas o Finalidad sin fin no fue publicado hasta ahora, hasta esta época en que el júbilo de Vera coincide con su jubilación, porque a partir de sus poemas es posible dibujar el mapa más completo posible de ese enorme laberinto que es la casa de su poesía.

Siguiendo esa idea creo que deberíamos permitirnos trazar los planos de las habitaciones principales, a las que habría que catalogar, para uso de una futura civilización verista, como Vera literario, Vera filosófico, Vera político, Vera ético, Vera paradójico, etcétera. No lo voy hacer yo en esta presentación, aunque intentaré fijar algunos puntos que, unidos entre sí, podrían servir de coordenadas.

Antes, quisiera compartir con ustedes una meditación libre sobre lo que he llamado el título secular de Ángel en llamas: “Finalidad sin fin”. Esas tres palabras constituyen en sí mismas un poema: un heptasílabo circular, con triple rima interna, proeza digna de Rubén Darío, diría Carlos Argentino Daneri. La lectura silábica, ya lo veremos, nunca es inconducente en la poesía de Daniel Vera, menos aún si se tiene en cuenta esa especie de tratado de la sílaba que es Fundamento Hsin (título que rima en el tiempo con Finalidad sin fin).

Sin embargo, en mi primer acercamiento al libro, antes incluso de leer los poemas, fue el concepto de una finalidad sin fin lo que me produjo esa clase de vértigo interpretativo que es la forma íntima en que reconocemos una paradoja. La sensación era producto de traducir mentalmente “finalidad sin fin” como “propósito carente de propósito”. El heptasílabo se estiraba en un endecasílabo y mantenía la simetría, pero igual decía menos que el original.

La palabra mal traducida, ya se habrán dado cuenta, era “fin”. “Fin” significa “propósito”, pero también significa “final”. Como un traductor resignado, recurrí a la prosa: Finalidad sin fin: “propósito carente de propósito y de final”. La poesía sería entonces para Vera algo que se propone como carente de propósito y cuya misma propuesta implica no llegar nunca a lo que se propuso. Esta involuntaria parodia de pensamiento filosófico no debería ocultarnos la dinámica interna de esa tensión y contradicción entre finalidad y fin. No hay nada estático, nada inmóvil. En términos mecánicos, el poema equivaldría a una máquina de movimiento perpetuo.

Sólo por cábala, quise darle una vuelta más a este espiral de sentidos y vi que si les agregamos unas comillas imaginarias a las palabras “finalidad” y “fin”, es decir, si no las leemos por sus significados sino por su materialidad gráfica y sonora, y tal como sugiere el sin le restamos la partícula “fin” a “finalidad”, lo que queda es “alidad”, una palabra que no existe en español, pero que bien podría ser el sustantivo abstracto de “ala”. Semejante interpretación, que podría parecer un absoluto delirio en la lectura de cualquier otro poeta, no deja de ser plausible (y perdón por esta excursión biográfica) en un profesor de lógica habituado a hacer malabarismos con conceptos mucho más evanescentes, como “rojez” o “rojidad”, por ejemplo.

Me quedé con esa idea aleteando en mi cabeza hasta que llegué a los versos 96 y 97 del primer poema de Ángel en llamas, titulado precisamente “Finalidad sin fin”. Esos versos dicen: “Finalidad sin fin. Ala ligera/ Vuelo del ángel libre y temerario”. O sea que la bendita “alidad” -de esta variante en jerga poética del español- es en cierto modo lo que conecta el título real con el título secular del libro y produce la alianza del concepto con la imagen.

En las últimas páginas del libro, Vera nos auxilia con un texto no menos paradójicamente titulado “Prólogo o epílogo de 2012 para Finalidad sin fin”. Allí toma la palabra los que yo catalogo como el Vera político y el Vera filosófico, y dialoga, discute y debate con la tradición filosófica que o bien excluye a la poesía del conocimiento y de la justicia o bien la asimila a uno de los dos ámbitos. Los filósofos paradigmáticos de una y otra postura son Platón y Heidegger, respectivamente. El primero expulsa a los poetas de la República; el segundo supone que la palabra poética es la casa del ser.

La respuesta de Vera, pluralista, democrática y liberal, se hace eco del epígrafe de Marechal (“Otros dirán la guerra y sus metales./ Yo he desertado y cruzo la frontera/ Detrás de mi señora pensativa”) y como si volviera a trazar el círculo emblemático del movimiento perpetuo, dice: “La poesía, en cuanto tal la entiendo, no interpreta la realidad ni la transforma, sino que se toma vacaciones de ella, es la niebla de Auden o el descanso del caminante de Bioy Casares, en fin, la Finalidad sin Fin, el reposo del guerrero”.

Como les prometí, a continuación voy a fijar algunos puntos por donde podrían pasar las coordenadas que sirvan para trazar los planos de las principales habitaciones de la poesía de Daniel Vera, planos que como dije antes ya están dibujados en sus propios poemas y de forma eminente en los incluidos en Ángel en llamas. Hay que recordar que se trata de una construcción escheriana, paradójica, donde el derecho y el revés conviven y donde los espacios se interpenetran y generan una especie de vértigo geométrico.

El primer poema del libro y el más largo, “Finalidad sin Fin”, es en buena medida un precioso tratado de teología negativa, que avanza hacia una definición más abierta o hacia una indefinición absoluta de poesía a través de una serie de negaciones que a la vez se niegan a sí mismas. La segunda estrofa consiste en trece negaciones seguidas (“No tiene fin el ritmo del poema/ no camina con rumbo definido./ No busca la verdad ni nombra el ser/ No da razón del hombre ni del mundo”), y sigue hasta terminar en una paradoja “No niega por negar ni afirma nada”.

Creo que la poesía de Vera es una sostenida variación sobre esas trece negaciones iniciales. Sin embargo, este teólogo hipernegativo, que no asocia la poesía al ser ni al no ser ni a la potencia, es a la vez un filósofo de la pluralidad y, también un idealista de la poesía (pese a sí mismo). En la poderosamente antiaristotélica segunda parte de este primer poema, dice: “No opone las palabras y las cosas/ Ni confunde las cosas con palabras./ Se conjuga tan sólo con palabras/ que entre palabras crecen y florecen./ Que las cosas se entiendan con las cosas/ El alma con el alma. Dios con Dios/ Y el poema sin fin con el poema”. Pienso que este “cada cual a lo suyo” implícito viene no sólo a compensar todas las negaciones anteriores sino a sublimarlas en una plegaria a la multiplicidad. El “sin fin” es una forma de decir “infinito”, palabra que no por casualidad aparece justo al final del poema.

La autonomía de la poesía no implica, sin embargo, necesariamente su pureza temática, y Vera, que en muchos versos parece apuntar en esa dirección, no deja nunca de mancharla, ensuciarla y mezclarla con otros ámbitos, la filosofía, como ya vimos, la ética, la religión, la política, e incluso la salud, como en el bellísimo “Salmo para Agripina”, donde contradice retóricamente sus frecuentes declaraciones de impotencia o ineficacia de la poesía y exige: “Obedezca el dolor a las palabras/ Venga el aire a tu sangre plenamente./ En el nombre del verbo solicito/ que las huellas del frío se deshagan/ como un copo de nieve sobre el fuego”. La parodia a la poesía latina se diluye si uno tiene en mente Formas de la oración, por ejemplo, o más importante aún, si se piensa en la sintaxis latina que adquirirán los versos de Vera en los años posteriores y que en este libro ya se anuncia en una traducción y apropiación de la oda trigésima de Horacio, evidente en estos dos versos: “Seré memoria mientras exista Roma/ y anagrama de amor habite en ella”.

Otro anagrama de amor suena en el único poema autobiográfico del libro “La espera”, en el cual para mayor distanciamiento Vera habla de sí mismo en tercera persona y traza su itinerario espiritual, su camino de salvación: “La desesperación secó su sangre./ Se entregaba a poderes enemigos,/ Pero vino a salvarlo la ironía/ (O tal vez el humor), que contestó/ Riendo la melancólica pregunta:/ Ha de ser el amor, devuelto en mora”.

Uno de mis poemas preferidos del libro, tal vez porque marca mi punto de máxima afinidad ideológica con Vera, es “Ficción” (dividido en dos partes). Algunas vez titulé un ensayo sobre su poesía “Vera ficción” y ahora me encuentro con este poema donde Daniel imagina la escena originaria de la invención de una historia: “La historia es una historia que se cuenta/ Tal vez cerca del fuego y en invierno/ Con la alegre ironía de una broma./ Y trata (¿cómo no?) de un cementerio;/ A nadie, pues, desmentirán los muertos”. El momento crucial aparece en el penúltimo verso de la primera parte, cuando uno de los oyentes de la historia toma la palabra para decir “Yo imagino otra historia”.

Eso significa que no hay una sola versión de las cosas, no porque no exista algo parecido a la verdad o a los hechos, sino porque esa verdad o esos hechos no son lo que importa, lo que importa son las historias derivadas de ellos, lo que alimenta el ocio y la invención de los hombres. Si bien este poema particular se inscribe en el marco de la discusión de Vera con el Platón de la República, contiene una sutil deformación del mito de Prometeo que quiero destacar como la idea más plural de literatura que conozco: “Noche a noche los hombres se contaban/ Diferentes pasados y memorias./ Propagaban el fuego de las fábulas”. El fuego de las fábulas, la llama donde arde el ángel de este libro.



Pero no quiero terminar esta presentación sin darme el lujo de leer el breve tratado de cosmología en dos versos, titulado “Pericia”, que Daniel Vera ubica o disimula casi al final de este conjunto de poemas y que casi sin ocupar espacio en la página parece comprender todo el cielo nocturno: “Pericia en el manejo de los astros./ Ninguna estrella sale de su curso.


Carlos Schilling



sábado, 12 de abril de 2014

Comentario sobre "Templo de Pescadores" de Denise León





Domingo 05 de Enero de 2014/ Nuevo Diario web Santiago del Estero

“Templo de pescadores”
 es un libro extranjero, nacido del exilio, venido desde el fondo de un tiempo que siquiera podemos vislumbrar. Cada palabra alienta la sospecha de una voz subalterna, como si la palabra dentro de la palabra, la escrita y la que se conjetura sin enunciarse, una y otra, nombraran de un modo inconfesable el origen de la tristeza del mundo.

El epígrafe, Este libro es para tu boca —antes que una elusiva dedicatoria— es una tímida pero misericordiosa advertencia, salvo que cuando lo comprendemos es demasiado tarde para todo, ya que a esa altura el libro reside en nuestra memoria bajo la condición de un manuscrito que inexorablemente empuja a su infinita relectura.

A la manera de un médano que transmuta sin disgregarse, quedamos sometidos a esa vasta sucesión de imágenes cambiantes que hacen del texto una perfecta alegoría del desvelo. 
Antes dije un libro extranjero. Una lenta y dolorosa oración de despedida.

Asimismo, una especie de ceremonia inscripta en un mapa de bordes indefinidos que paradójicamente no postula un lugar, sino su ausencia. Voces pretéritas, reminiscencias infantiles, desasosegadas súplicas que a su pesar no ocultan la urgencia que las ilumina; así es como León sentencia el ocaso de la esperanza: una chispa, dice, un viento, una nada. Y en esa nada representada por la derrota de alguien que reza, mira, señala, como el último habitante de un vacío entre el mar y la tierra agostada, especie de testigo extraviado en la singular liturgia del poema, se dispara la confesión de que la oscuridad es el fondo constante del corazón, revelándonos que el testigo existe únicamente para la espera, la contemplación, o el equívoco milagro.

Un libro extranjero, afirmé, una lenta y dolorosa oración de despedida. También una errancia. El derrotero que en su aparente extravío esconde un pulso poético inefable, un orden impuesto por la sabia determinación de no violentar la lengua, extremándola para ello al punto de que se nos presenta como una plegaria apenas murmurada, León escribe Señor, pero entre ella y yo algo se ha roto y, más tarde, sin vacilar y sin temor: éramos un círculo de hierro. Y es cuando la luz crepuscular que irradia el libro nos persuade de que, como auguró un poeta egipcio en el confinamiento de su obra, “el mundo no puede bastarle a Dios, ni a nosotros”. Es acaso entonces así como debamos leer “Templo de pescadores”, de Denise León, con la conciencia de ese vacío: en el apartamiento y el silencio de nuestras pérdidas, estremecidos ante un libro tan íntimo y secreto, y abandonados a la intemperie de su implacable escritura.   

La autora 
Denise León nació en Tucumán, Argentina, en 1974, nieta de inmigrantes sefaradíes. Es Magíster en Lengua y Literatura y Doctora en Letras e Investigadora del Conicet (Consejo de Investigaciones Científicas y Técnicas). Ha publicado La historia de Bruria y numerosos ensayos en revistas nacionales e internacionales sobre literatura, poesía género y tradición judía en el siglo XX. Actualmente se desempeña como docente en las cátedras de Literatura Hispanoamericana II y Teoría de la Comunicación II en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional de Tucumán, Argentina.

Ha publicado “Poemas de Estambul” (Alción, 2008), “El trayecto de la herida” (Alción, 2011), “El saco de Douglas” (Paradiso, 2011), “Templo de pescadores” (Alción, 2013) y “Sala de espera” (elCRUCEcartonero, 2013), y recibió el Premio Academia Argentina de Letras y la Beca Fulbright- Conicet (2011).

lunes, 7 de abril de 2014

Comentario sobre "Un detalle trivial" de María José Eyras



Por  Jorge Consiglio
Los narradores que usa María José Eyras en los relatos de Un detalle trivial parecen equilibristas. Los discursos transitan por una cuerda floja y cargan con la conciencia de que cualquier movimiento en falso bastaría para arrastrarlos al vacío. De allí que la incertidumbre funcione como clave en las inflexiones de su prosa –y de su prosodia−. Sus voces se alistan en la serenidad y en la cautela; no obstante, en los pliegues íntimos hierve, como un encrespado mar de fondo, el misterio de lo inacabado. En cada oración hay un doblez. Por una parte, se registra el transcurso simple del enunciado; por otra, la evidencia de una contención que atempera una voluptuosidad que aún ausente conserva vigencia. Este juego laborioso de tensiones es el que determina la temperatura y el tono de los textos. Los diez cuentos que conforman el libro son artefactos de riesgo, dispositivos que funcionan a alta presión cuyos puntos de fuga tienen que ver con la sensualidad y con la alternativa de una vida distinta.
En el cuento “Un detalle trivial”, una familia va pasar unos días a un pueblo de campo y no bien llegan el marido va a hacer compras en bicicleta y tarda más de lo que debería; en “Mundo cerrado”, Oscar, personal de seguridad de un barrio cerrado, espía a la esposa de uno de los vecinos; en “En el balneario”, Ángela veranea en una playa con su marido y sus hijos y recuerda a Miller, un profesor de Historia del Arte con el que acaba de iniciar un romance. En la mayoría de los cuentos de Un detalle trivial, se plantea un universo armonioso de límites estrictos que funciona como blindaje de amparo y felicidad; sin embargo, la intemperie externa, que supone siempre amenaza, más allá de su peligrosidad, resulta un foco constante de descompresión.    


Otras obras del autoraLa maternidad sin máscaras

miércoles, 20 de noviembre de 2013

Comentario matadura del rayo / Las reliquias en adn


Presentación Novela: Fundación Mítica de Las Ponce - Juan Enrique Solá



 Por Maresa Maldonado


“Los caminos que conducen a la literatura- decía el escritor Augusto Monterroso- pueden ser cortos y directos o largos y tortuosos. El deseo de seguir en ellos sin que necesariamente lo lleven a ningún sitio seguro, es lo que convierte al niño en escritor”. Y es ese fuerte deseo, al parecer, el que ha impulsado al autor a emprender su viaje en la hechura de esta novela. Desde esa “infancia recobrada a voluntad” de la que nos habla Baudelaire, en el Pintor de la Vida Moderna, que le permitirá disponer de la “suma de los materiales involuntariamente acumulados” con el asombro de un niño curioso. Con la serenidad de quien logró armonizar el sentimiento y la razón para contar lo que ha visto y ha escuchado. Para testimoniar lo vivido. Para mostrar, como en rayos X, cómo el afuera va penetrando en sus ojos y se producen las imágenes. Para, más tarde, entregar su mirada desde las luces, las sombras y el color, como síntesis de un proceso de adultez necesaria.

Lo que les contaré comenzó una tarde por los pasillos del Neuro. Nada es casual …

Con la risita pícara de un chico travieso, Juan Enrique Solá pronunció esta frase, mientras dejaba su novela entre mis manos:

“Si Borges se animó a hacerlo, ¿por qué no podría hacerlo yo?”

Él, claro está, se estaba refiriendo a la Fundación Mítica de Buenos Aires; pero ésta era la “Fundación Mítica de Las Ponce” lo que equivaldría a decir la “Fundación Mítica de Córdoba”. Debo admitir que el título desconcertó violentamente esos acostumbrados esquemas en que los mandatos racionales de la tradición, compulsivamente y casi de forma visceral, concurren para dirigirse a lo más tangible. Por ello traje a la memoria, de inmediato, aquella casa ubicada en algún lugar de Barrio Yapeyú de la que había oído hablar como de un cuento y que al evocar de muchos parroquianos, de éstos y de otros barrios cercanos, aún de los de más allá del Puente de la calle 24 de Septiembre, pasando el río, todavía provoca interés. También, cabe decir, alguna risa extraña al relatar ciertas anécdotas o sucedidos por aquellos lares. La fuerte presencia de aquel lugar hace suponer que, efectivamente, en los fondos traseros de la casa se gestaba y escribía una historia en el aire, cuyo alcance llega hasta nuestros días. La casa de las Ponce se diluyó en el tiempo y hasta hoy nadie había dado un testimonio por lo menos tan completo, tan detallado y rico sobre la génesis y la vida de una ciudad vista desde la mirilla de uno de sus más emblemáticos y misteriosos barrios. Testimonio de una pequeña (gran) historia dentro de otra historia, dentro de la historia. Y ello con todos los componentes de un relato que va más allá de contar algo sólo como un frío guión de sucesos que acontecieron en lo real y lo ficticio, para conectarse y adquirir total sentido desde lo que es intención y conciencia diseñar como marco conceptual, por parte del escritor, lo que en verdad le confiere valor a un oficio. Valor que va más allá de la mecánica de escribir con corrección para adquirir las características de un arte. Y desde este lugar, como al descuido, cronicar realidades que se entrecruzan y dispersan a través de un sinfín de diálogos, reflexiones, situaciones hilarantes y momentos absolutamente profundos que denotan la diversidad de pensares y haceres dentro de un pequeño grupo social, donde el conflicto ideológico, con sus peculiares características, está siempre presente. Cronicar -decía- desde la voz de un niño que crece al calor del sol de Barrio Yapeyú. Tiene curiosidad por el pasado y se conecta al presente a través de un estrecho vínculo afectivo con su abuelo, acercándose en esto de tantear la vida y aprender a reconocerla. “Fundación Mítica de las Ponce” tiene su propia sociología. De allí surge esta posibilidad de poder ser contada gracias al estrato de “Los Memoriosos” y de quienes se encargan de difundir esta memoria oral, como sujetos de esas vivencias, a las generaciones venideras. Tampoco faltan, como en todo tiempo y lugar, “Los Prudristes”, aquellos seres, que a contrapelo de los tiempos, fungen como detractores de cualquier tipo de cambios. Los que ponen los palos en la rueda en cualquier intento de construcción colectiva. Los moralistas a ultranza. Los que apelan a los dogmas del inmovilismo para que todo siga como, se supone, debe seguir. Y hay quienes reciben el nombre de “Soñamantes”. Son aquellos que, o bien hablan con la inteligencia del corazón, o cumplen, como Micaela Herrera, el sagrado legado de iniciar en las artes amorosas a los jóvenes varones del barrio. Algo que va más allá de lo puramente sexual, que no queda reducido sólo a la satisfacción de un instinto, sino que se dirige hacia ese lugar desconocido, amoroso y placentero que ofrece la vida. Legado éste que le ha sido asignado a Micaela Herrera por Don Juan Maldonado Quiroga: “milagrero por naturaleza y adivinero por vocación” cuyo único mobiliario doméstico son los libros. Que disfruta paseando en compañía de algún pensamiento por las riberas del Suquía. Del que no se sabe a ciencia cierta si alguna vez fue parido por mujer y que debe a su padre adoptivo esa bonhomía, tal vez por haberlo educado en el tesón del buey. Bonhomía con la que su persona es reconocida; consejero de pocas palabras, obsequiador de mieles. A él todos acuden cuando las vicisitudes, las obstinadas y absurdas razones, o las burocracias que se empeñan en imbricarse en las vidas simples de los ciudadanos de esa pequeña aldea en el barrio, afligen y atormentan. Juan Maldonado Quiroga es esa voz presente, aún sin que nadie sepa dónde está. Es la voz de la conciencia en la historia que escriben los hombres; con errores o aciertos, en el libre albedrío de sus decisiones. Tiene Don Juan Maldonado un noble contrincante con quien debatir y al que la vida dió razones para posicionarse como lo hace, encarnado en Severo Rustán.

En “Fundación Mítica de las Ponce”, el juego de bochas, el boxeo, el fútbol, las expediciones, la sanación, y aún las disquisiciones entre los vecinos, son estelas por donde fluye la sangre de un arte mayor: el de la vida. El de la pasión que contagiará al lector al descubrirse en ellas. En la pureza de las cosas aparentemente sencillas, antes de que las burocracias funcionales a un capitalismo cada vez más salvaje, que impone gustos, reglas y precios, nos aleje de lo intrínsecamente placentero. Nos aleje del arte de vivir sin código de barras. De la búsqueda de una estética cuya razón escapa a las razones, huyendo del camión de los caudales.

La novela de Juan Enrique Solá precipita en un punto: Barrio Yapeyú, como génesis y metáfora de nuestra Córdoba. “Córdoba de la Nueva Andalucía”. La que fue fundada por obra y gracia de la desobediencia y la rebeldía; pero también de la codicia. En el nombre de Dios y de los reyes de España, cuya gesta genocida de arremeter contra el infiel, dentro y más allá de sus fronteras, fue pretexto y fin en el intento de aniquilar una cultura. Juan Enriqué Solá da cuenta de ese pasado lejano; presente aún en el recuerdo y los resabios de la última dictadura cívico-militar y su borrasca. Con su registro de terror en el cuerpo y en el alma de Córdoba. Y no lo hace como algo aislado del marco estructural con que plantea su trabajo. Esta variable persiste y lucha constantemente desde el fondo de su escritura. Está presente en una retórica de varios tiempos. Que pasa de un castellano bellísimo, que al fluír con total naturalidad resulta grato leer en voz alta; hasta llegar a un cordobés básico perfecto, dicho con absoluta dignidad. En “Fundación Mítica de las Ponce” vive también esa Córdoba de la Nueva “Andalucía”, la que fue, es y será lugar por donde anda la Luz. Fuente de insurgencia. De conocimiento. Cocina de todo lo imposible. También de lo posible. De lo que discurre dentro de los confines del número 10. Entre el Sí y el No; y se detiene en el nueve como posibilidad del accionar humano. Por ésta Córdoba, por éste barrio olvidado en su desplazamiento ambicioso hacia el oeste, andan los pasos del poeta español León Felipe -sin ser casualidad-, cuando a conciencia, Juan Solá abre su Exordio con una de sus citas más ciertas y más bellas: “Yo sé además que entre el Viento y la Luz hay ciertos planes. He oído decir que entre el Viento y la Luz pueden convertir un gusano en mariposa”… En ello va un profundo reconocimiento al Poeta castellano-leonés, que entristecido por no haber tenido escuela ni ya casi tiempo para entrenarse en el arte que más amaba; tocar el violín como un virtuoso, salió de Zamora, España, a caminar por el mundo, (no en vano uno de sus nombres era “Camino”). Y así, entre el barro, el viento, el dolor físico y aún el del alma, al final de sus días tuvo la dicha de advertir que se había convertido en un virtuoso. Que había aprendido a tocar el violín caminando por el mundo entre los hombres.



Esta novela tiene solera. Ha reposado y ha seguido los soles y las tormentas necesarias para irse ganando la Luz. Es la que nos guiará hacia el significado de la voz guaraní “Yapeyú”: lugar donde nace el Viento. Lugar donde naciera el Libertador. Y no es casualidad; podría asegurarlo el mismísimo adivinero, Don Juan Maldonado Quiroga. Ese milagrero de todo lo imposible, el adivinero de todo lo que esté como posibilidad en manos de los hombres. Ése al que invocará tres veces, en la solemnidad de la noche, a orillas del Suquía, el niño que escribe esta crónica. Niño crecido que irá confundiéndose con ese autor. Escritor que culposo, tratará de no caer en brazos del pecado que tienta a los hombres libres, en contra de la ortodoxia. Pero que ciertamente vulnerará sus límites para jugarse con esa pasión con la que parece amar las cosas simples de la vida; los amigos a quienes nombra, el entrañable abuelo, los juegos… El empleo del tiempo no prefacturado ni ordenado en salones de alquiler. El arte de escribir-vivendo desde la patria chica de un Barrio Fundacional. Patria donde ha de volver, gastándose las últimas monedas, para tocar su origen de Viento y Luz. Y allí invocar tres veces, con el temblor de la esperanza, el nombre de Don Juan Maldonado Quiroga, para que nos sea concedida, quizás, nuestra última oportunidad de emanciparnos.                 


lunes, 4 de noviembre de 2013

Presentación de Ojo Astillado de Hugo F. Rivella



Presentación de Ojo Astillado de Hugo F. Rivella

Por  Juan Maldonado, 25 de octubre de 2013

Uno de los sentidos importantes que conforman la evidencia del juicio, el ojo, yace afectado en el portal de ingreso de este libro.

Astilladura del ojo padece quien vela y pasa, como en vuelo, por las páginas de este libro y disemina, en cada una de las piezas, aquello que puede ser tocado, visto, gozado y padecido. De pasiones se trata al fin la poesía, indagación inabarcable.

Que se privilegie un sentido para apoyarse y trazar el recorrido de un libro no quiere decir que la voz que recorre, en largas líneas, los poemas se limite solo a ver. Y paradoja, como debe ser, al fin y al cabo el libro se abre con un poema donde se dice:

Este libro es un laberinto con salida a la noche,

el pabellón del frío en donde el reo sepulta sus ojos

y le chillan los dientes con un ruido a monedas.

Estas tres líneas encierran, en sí mismas, una especie de contraguía hacia la comprensión, algo que complica ex profeso la posibilidad de leer de entrada el sentido, es decir, las líneas se armonizan con el concepto del laberinto: algo inextricable, naturalmente imprevisible. Se sabe, lo primero en un laberinto es la sensación de pérdida y si éste tiene salida a la noche la posibilidad de encuentro es remotísima, casi imposible, luego el reo sepulta sus ojos, esto es como una declaración de altísima resignación, es decir, una toma de posición ante el lugar y no cualquier lugar: estar ciego en un laberinto, a oscuras, totalmente desprotegido, a solas con su boca, una boca callada y un  extraño e indescifrable ruido que no puede saberse el significado pues se dice monedas, solamente monedas. Es un ruido a monedas.

Los enigmas que puede plantear cualquier poema son los ejes que en la escritura y en este género particularmente acecha, como una causa justa, y el borde donde se sitúa  permite el roce con aquellas intuiciones que asaltan la conciencia del hombre y amplían las posibilidades de comprensión de este fenómeno que es la expresión poética.

En Rivella, se sabe, hay un mundo variado y rico que se conforma desde la base de un origen que él rescata y exalta en su escritura: la provincia de la cual viene y forma su lengua musical y propia, más el agregado que va haciendo en su paso por el mundo, lecturas y experiencias de vida. Digamos, quizás Rivella ve y siente la  vida  como un manantial propicio, ante nada se niega su mano, él abre las líneas de cada poema y dispone su canto, a veces sencillo, otras más complejo y hondo, pero siempre afinado.

 Una de las claves más claras, distintivas digamos,  es la adhesión de la poética de Rivella a lo que se denomina el campo popular, su escritura toca el punto sensible desde donde no hay retornos, no deja atajos libres al escape, la apuesta poética estará siempre orientada a clavar el ojo, astillado o no, hacia el desventurado, leemos:

Al pie de la letra:

Se sacó al transeúnte de encima y se pintó los labios,
empujó al empresario y atragantó su boca,
el cura estaba tieso en la penumbra esperando su turno y la
bicoca de fornicar por catorce indulgencias y un rosario,
en la fila
el soldado y la matrona,
el perro del cuartel con su prestancia,
el ladrón con el pulso a contramano.

Nadie miraba a quien, sino el reloj lapidario de la espera.

Ella
había escrito en el techo:
“Ganarás el pan con el sudor de tus nalgas”.

Volvemos, entonces, al inicio para decir que hay herida, herida del ojo, lo que mira está afectado. ¿De dónde el golpe?, ¿quién habrá lanzado objeto sobre él? Otros golpes hay sobre los cuerpos, sobre el alma. Aquellos que mentó el poeta y preguntaba al que todo lo ve. Nada de respuesta, el vacío fue, nomás, parte del camino que debemos transitar ante esa ausencia, una despiadada ausencia que genera la base de aquello que forma el cuerpo existencial de la angustia del hombre, como un estar sin apoyo ante tamaño peso de enfrentar la demasía que es el universo que habitamos. Mas en este campo de tanta esquina desdoblada y diversa, vagamos a tientas, a oscuras vamos y por cualquiera de ellas puede y debe aposentarse la poesía; por esa razón no será república, ni congresos habrá, tampoco dueños y tal vez sí una larga calle por donde la memoria divague en recuperaciones, por donde sea posible que los sueños titilen

y la estructura molecular del lenguaje nos permita encontrar aquello que nos cobije, que ampare la sensibilidad herida y cree ámbitos de diversidad enriquecida. 

En este tipo de diversidades debemos incluir este libro, otros libros y toda la poética de Hugo, esa poética ceñida en el punto de partida, a lo que es una especie de irrenunciable enunciado: se debe escribir con entera libertad y en muchos poemas ese planteo interior, inicial se lleva a rajatablas, leemos:

Distracciones

Yo le decía a mi madre que el otoño tardaría en llegar,
que en los espejos su nombre era una luz infinita
y la sombra del patio,
un ojo de leopardo.

Escribí este poema mientras los aqueos saqueaban Troya
y Pizarro torturaba a Atahualpa.

Un puñal me buscaba en los restos del hombre que soñaba.

Me distrajo la luna,
las esquirlas del dolor del muerto,
la nieve sollozando en los halcones 
y el perfume de tu pelo suelto.


Terminado de leer el poema uno se da cuenta que el sentido lineal está alterado y el libre entendimiento corre el riesgo de desaparecer, mejor dicho ha desparecido, para bien. Entonces, ¿qué hay aquí?, nos preguntamos. La respuesta es clara, debe ser clara y evidente, esto es lo que la poesía nos deja hacer, esto es lo que nos permite el lenguaje poético: ingresar al campo de la entera libertad, aquí la expresión de la lengua no conoce censura alguna y, por ende, quien obtiene ganancia es la palabra que recorre libremente los espacios de la conciencia de quien escribe y de quien lee.
Y lo más extraño, lo mejor es que, más allá del quiebre del sentido, la comprensión aborda los sentidos y deja que el poema viaje con nosotros, asuma sus funciones en plenitud.

Imposible valorar lo que nos da un texto, pedantes seríamos si pretendiéramos agotar de una mirada el contenido. Ojo Astillado, es, en amplitud, un libro enriquecido por el trazado de cada uno de sus poemas, algunos de ellos dejan honda marca como Alimento, a mi parecer uno de los mejores del libro y del que leo solo un fragmento:


Mi alimento es la muerte que arrastra las cadenas de un barco que
se pierde más allá de la noche,
la oscura sed de piedra que tiñe  los lamentos de la madre que busca
la luz en los escombros de Hiroshima,
o se arranca los ojos en Bombay,
imagina el prostíbulo donde violan a Cristo
y los muros del búnker donde gime un poema. ...

Toda esta intensidad demarcada, línea a línea, reclama un escucha, un ojo, alguien que diga. Una respuesta se pide al alimento que señala el poema. La respuesta posible será enigma, encrucijada, para el necesario recorrido de lo que se abre, lo que aguarda y augura en la progresiva  figuración terrenal. Ante límites extremos nos exigimos, debemos cumplir el necesario tránsito con la esperanza de alcanzar, tal vez tocar, aunque sea un borde posible de los sentidos ateridos que ha disparado el poema, construcción que nos sume en actitud de arrobo, los sonidos nos dejan anhelantes, alertas, y que no se diluya el aura de esas voces para que no quedemos en torreones perdidos, balbucientes y ocaso.

Gracias, entonces, Hugo, por este Ojo Astillado.