martes, 14 de julio de 2009

Alción Editora


Presentación de El entrerrianito, de Mauro Cesari y Cuaderno Blanco de Matías Vernengo



CCEC, Sabado 08 de Agosto, 19:30 hs.
Introducción a cargo de Gabriela Milone

Mauro Cesari - el entrerrianito


Libro:
El entrerrianito, Alción Editora, Córdoba, 2009.

Autor: Mauro Cesari (Paraná, Entre Ríos, 1977). Es licenciado en Psicología y docente. Poemas, artefactos y módulos visuales de su autoría han aparecido en exposiciones, fanzines, comunicaciones alternas, ejemplares únicos y pequeñas ediciones en países de América y Europa. Por su libro El entrerrianito recibió el 1º premio Estímulo a la Actividad Creadora en Poesía 2007. Vive en la ciudad de Córdoba.


Reseña
Todo El entrerrianito está puesto bajo el signo de la epidermis del agua, como reza el epígrafe de Jarry que abre el libro. Así, con ese matiz diminuto que lleva el título -matiz que cela la potencia y la tonalidad de una voz que se sabe marcar sus ritmos- parece ser un libro de la infancia, de la piel de la infancia bañada en el agua del río, barro de la vida que arrastra y moja los recuerdos con su apariencia de opacidad. En el agua opaca de las palabras que trasparentan su materia fluida, el escurrirse en su manar, no se aligera la pesadez del lenguaje, sino que las palabras mudan su estado, se hacen agua que fluye por las páginas, haciendo charcos, marcando surcos, armando nuevos riachos.
Lo que no puede dejar de decirse de este libro es que la así llamada “experimentación poética” no parece aquí responder a una autómata máquina de desordenar versos, aleatoriamente. Sino que atiende a un juego serio, ése que sólo los niños saben dimensionar, donde el miedo y el anhelo tensan cada gesto, cada diseño de los signos en la página, donde cada objeto es un nuevo pulso para el cuerpo múltiple del deseo.
Procedimientos de experimentación sobre los componentes del sonido, sobre la materialidad del sentido: así, El entrerrianito supone un continuo someter a prueba la materia del lenguaje, combinando elementos, sustrayendo propiedades, para finalmente lograr cambios de estado de la materia, pasar de la solidez a la licuación y viceversa, de la piedra al agua y del agua a la piedra, cambio y arrojo, de lo que se arroja al río y cambia, se arrastra, se pierde, aunque vuelve y es un nuevo diseño en esa página blanca que a su vez es el cuerpo desnudo del lenguaje.

Este libro consta de tres partes: “Hechos”, “Eco”, “Apéndice a modo de tarros o El Barro”, donde la dimensión entre-rriana se plasma en un diseño cartográfico dibujado entre la carne codiciada de los peces, las canoas que se recuerdan por sus mismos nombres, los lugares del río donde el paisaje fue nombrado por sus formas, los pescadores vibrantes y anónimos, los pequeños seres vivientes imperceptibles del agua, las flores flotantes como las vírgenes bajando por el río. Así, podría decirse que todo el texto se ve cruzado tanto por el anhelo de la flotación del cuerpo soñado en el río, como por el deseo de que las palabras logren ese zurcido invisible en la página. Ambos deseos son llevados por el continuo ritual flotante del cuerpo/lenguaje, materia enfrentada a su gravedad, a la torsión de toda forma donde se refractan los sonidos, donde se pulsan los hilos del agua y se burla el peso de todas las cosas
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Gabriela Milone

Matías Vernengo - Cuaderno Blanco

Libro: Cuaderno Blanco, Alción Editora, Córdoba, 2009


Autor: Matías Vernengo (Buenos Aires, 1963). Poeta y editor. Ha publicado los siguientes libros de poemas: El gesto del que danza, 1994 (3º Premio Municipal de Literatura Luis José de Tejeda 1993, Córdoba) y El ojo y la cerradura (Mención especial del concurso 1999 de Ediciones del Dock, con un jurado compuesto por Santiago Silvestre, Jorge Boccanera y Joaquín Gianuzzi). Además, ha colaborado con poemas en las revistas Omero, Hablar de Poesía, Barataria, entre otras. Es editor, egresado de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA. Actualmente, dirige la editorial La Volcada Libros y reside, desde fines del 2007, en Cortaderas, San Luis.



Reseña

Cuaderno blanco comienza como instantáneas sobre la fragilidad de la vida, de cómo el vivir cansa, y cómo tenemos que apresar los mínimos momentos de esplendor. Es una cartografía del vivir y de los cuerpos. Hay poemas como “En el puño izquierdo” que recuerdan el estilo epigramático del Montale de “Diario del 71-72”. También sobrevuela el libro una fenomenología de la memoria y sus desechos podridos junto al deambular de los fantasmas familiares. De pronto este deambular de la muerte, se interrumpe con un poema que aborda un tema ligero, de cómo ella cruza las piernas (“Un gesto que define”).

En la poesía de Matías Vernengo está siempre latente una fenomenología del tiempo y la memoria, de sus intersticios descriptos como mecanismos que consolidan una filosofía muy propia (“Historias líquidas”). Dentro de ésta asoma una fenomenología del lenguaje, de los fragmentos en que a veces estalla el lenguaje (“El escritorio”). En la mayoría de los poemas sobresale una respiración entrecortada, como si el verso jadeara, logrando una forma muy original para proyectar el dolor. Hay momentos en que el dolor encuentra un equilibrio al captar el lenguaje de la naturaleza, pero no como promesa paradisíaca sino como evidencia de una escisión (“Ir a ese mundo”). La exploración del paisaje, su relevamiento, también es una exploración de la psiquis, pero sin complacencias. No hay indulgencias sobre la repetición que trae el pasado asociado a cosas mínimas: el adobe de la casa, un mortero, una cerradura, una llave. El relevamiento de la memoria, que acecha como una cabeza cortada en una bandeja impone un sufrimiento pero también un conocimiento, un saber. Lo que Matías Vernengo nos dice es que en esta exploración no hay victorias ni epifanías. La misma belleza del recuerdo tiene su rostro cubierto de barro.

FERNANDO KOFMAN (poeta y ensayista )

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Revistas

Revista El banQuete

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Silvio Mattoni

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Juan Carlos Maldonado



  • Año XI – Nº 7 – Diciembre de 2008

Meschonnic: Para terminar con esa moneda del sentidoLink: Esas poderosas cantantes Mattoni: El exceso sublime del yoMunaro: Robert Walser. Un mundo feliz Surghi: VielPacella: Movimientos poéticos de FogwillMontale: Cuaderno de cuatro añosLlach: Pequeña editorial de vanguardiaCesari: HechosCrespi: Árboles alineadosSantanera: SamplingGiordano: Tres poemasMétraux: La antropofagia ritual de los tupinamba - Reseñas



Indices Números Anteriores

  • Año I – Nº 1 – Octubre de 1997

Aira: El último escritor – Magris: Robinson y los libros – Dapuez: Ar – Serrichio: Un lento aprendizaje – Thonis: Hay algo más que Jonás aquí – Pablos: Perfil del crítico literario – Battán: Sensualismo y poesía en Poliziano – Agamben: El final del poema – Mattoni: Idea de la poesía – Mandelstam: Pushkin y Scriabin – Celan: Coacción de la luz – Marteau: Estudios para una musa – Carrera: Vespertillos de marzo – Schmidt: Observaciones – Vera: Panta Rei – Browning: Poemas - Cassara: Tres poemas – Char: En una noche sin ornamento – Fogwill: Sonetos – Oviedo: Relaciones – Géza Csáth: El silencio negro – Schilling: Diana y Nadia – Tatián: Object trouvé – Bonnefoy: Las tumbas de Ravenna – Mié: Acción y justificación

  • Año II – Nº 2 – Octubre de 1998

Adorno: ¿Es jovial el arte? – Pacella: Orfandad y escritura – Orosz: Las infinitas moradas de Dios – Jesi: Lectura del Barco Ebrio de Rimbaud - Mié: El conocimiento de las Horas – Pablos: De los escritores – Carrera: Niños-Artaud – Garbino Guerra: Sueño y vigilia – Merrill: Cuatro poemas – Thonis: No vienen avispas – Garay: Tiempo suspendido – Nappo: Género – Lukin: El libro de las preguntas – Seguí: Estación – Szwarc: Bailen las estepas – Schilling: Formas de ver el mar – Mattoni: Canéforas – Flaubert: Bibliomanía – Dapuez: Escatología – Baron Biza: Leyes de un silencio – Serrichio: La luz blanca – Damiani: Salvo el poder todo es ilusión – Quignard: Sucede que las orejas no tienen párpados – Gasquet: Bajo el cielo protector – Zugarrondo: La poesía en el envite de la ética – Buchanan: La casa de la escritura

  • Año III – Nº 3-4 – Septiembre de 2000

Oviedo: ¿La literatura suspende la vida? – Szondi: Intento sobre lo trágico – Pablos: Gombrowicz, un emblema menor – Mallarmé: Cartas a Eugène Lefébure – Mattoni: Naufragio – Lelong: La doble relación mallarmeana – Fogwill: Lo dado – Bossi: Fiel a una sombra – Ammons: Tres poemas – Anónimo: La vigilia de Venus – Merini: El pantano de Manganelli – Freidemberg: Cantos en la mañana vil – Cassara: El colorado – Bompiani: Las especies del sueño – Tatián: Tres cuentos – Taeko: Pez de metal – Calveyra: Palinuro – Duperey: El velo negro – Thonis: El caballero del Louvre – Garbino Guerra: El jardín cercado de Dios – Orosz: Elogio de la arena

  • Año X – Nº 5 – Diciembre de 2007

Mattoni: Poesía y melancolía – Giordano: Las víctimas de la desesperación – Pacella: La felicidad de los sentidos en Felisberto Hernández – Milone: Mística y soledad – Bonnefoy: Jorge Luis Borges – Veneciano: Selección de Ezra Pound – Carrasco: Veraneo y otros poemas – Pavón: Vos & yo – Surghi: La equivocación de Eros – Gadda: Viajes de Gulliver o sea de Don Gaddus – Schilling: Poesía filial

  • Año XI – Nº 6 – Julio de 2008

Del Barco: Homenaje mortuorio de Mallarmé a su hijo Anatole – Bataille: Aforismos – Lorio: Acefalía, mimetismo y escritura – Surghi: Vermeer, o la geometría de las pasiones – Mattoni: Memorias de un poeta ruso – Biset: Niebla. Una lectura de Jorge Luis Borges – Robles: Joaquín Giannuzzi: secretismo – Bonnefoy: Sobre el concepto de hiedra (Prolegómenos) y Notaciones sobre el horizonte – Boétie: Sonetos – Wittner: Lluvias – Lamberti: Expreso Córdoba-San Francisco – Oyarzábal: Escritos en la cama – Walser: Viaje en globo y otros relatos – Fogwill: Sueños – Reseñas

Revista Hablar de Poesía



Gabriela Milone - Las Hijas de la Higera


Sobre Las hijas de la higuera de Gabriela Milone

Las hijas de la higuera, desde su título, parece ser un libro que glosa fragmentos de la biblia, aunque justamente en la misma elección de esos pasajes se evita lo edificante, más bien se usan las imágenes bíblicas para darle un punto de partida a cierto erotismo de la lengua. Sería algo así como restituirle su sabor literal a las metáforas del libro sagrado. Porque el libro sólo es sacralizado a posteriori, cuando las figuras de toman como alegorías, cuando el movimiento corporal de sus ritmos se cristaliza en la repetición. Los poemas de Gaby Milone le devuelven a los fragmentos que citan la materia del cuerpo. Así la higuera seca del evangelio se convierte en una teoría de la generación, de los engendramientos posibles. Y a través de lo posible se abre paso un aspecto crucial del libro, la decisión. Lo aceptado y lo negado se invocan para que también lo imposible, lo no-hecho exista de algún modo. La cuestión de la aceptación, el consentimiento no remite solamente al afecto, el inasible problema del amor, sino que se plantea en primer lugar como aceptación del hijo posible (o de las hijas, según el título misterioso que nos invita a leer el libro). Los fragmentos bíblicos no se proponen únicamente como epígrafes que proveen imágenes para que empiece la meditación rítmica del poema, sino también a veces como conclusión o sentencia al final de ciertas secciones. Por ejemplo, esta frase del Eclesiastés: “Quien consiente a su hijo, vendará sus heridas.” ¿Qué quiere decir? ¿Acaso la madre invocada por una voz que clama sería al mismo tiempo la “higuera” que fue condenada, maldecida, esterilizada, y la que engendra, es decir, consiente y acepta eso que una metáfora demasiado reiterada llamaría “el fruto del vientre”? Hay una enigmática intención reparadora en Las hijas de la higuera, como si un consentimiento pudiese curar, aliviar el peso de negaciones demasiado tajantes. Pero la negación no desaparece con un gesto afirmativo, sigue ahí, en cierto modo irredimible salvo por una gracia que no está en el cuerpo dañado, sino en otra parte, fuera del idioma, más allá de toda letra precisa.
El motivo del don y de la gracia pensados como origen de un ritmo en la lengua, donde cuerpo y voz se representan bajo la forma del poema, enlazaría este libro con la experiencia del que acaso fue el único poeta argentino capaz de hacer una obra intensa con la biblia, lo religioso y el personaje de dios; hablo de Viel Temperley. Pero lo que en Viel se remitía a un ejercicio físico, como la natación o el sexo, o a un suplicio físico, la enfermedad, en el libro de Gaby Milone es pensado como producción de otro cuerpo. La gracia estaría en que un cuerpo produzca o no otro cuerpo, que la higuera se seque o que dé frutos. Por otro lado, Viel no dialoga con la madre en sus poemas, ni mucho menos con dios, sino con una serie de partes de sí mismo, épocas, con su memoria y su olvido, con su cuerpo que se le aparece en la forma opaca de una naturaleza. “Voy hacia lo que menos conocí en mi vida, voy hacia mi cuerpo”, decía. En cambio, Las hijas de la higuera habla con la madre, escucha la voz del padre, y espera la gracia que finalmente llega en una lengua distinta, anterior a la materna. Por eso leo en estos poemas un sistema coral, estrofas y antistrofas, cursivas de voces que interceden ante el poder de ciertas sentencias demasiado firmes, voces que preguntan (a la madre, al padre) o que dan respuestas conjeturales (de la madre, del padre). Sin embargo, cierta semejanza temática con los últimos libros de Viel –que llega hasta la elección de determinadas palabras, el “viento” por ejemplo para hablar de la agitación interior– no debería ocultar una gran diferencia. Que sería la siguiente: el libro de Gaby Milone tiene un componente griego, que se contrapone y quizá finalmente se impone al elemento bíblico y a su sistema de arbitrariedades –porque es sabido que dios se define por lo inescrutable, lo arbitrario, de allí que sólo se conozca por la gracia en medio de lamentos y plegarias. Mientras que lo griego, menos exhibido, sin epígrafes ni citas, aparece en la búsqueda de una plenitud física sin expectativas posteriores, puro momento afirmativo, en que se sueña estar en un templo en Agrigento cuando el volcán cercano con su rugido amenazante repite que la vida es única, irrepetible y breve. Además, también sería griega la estructura coral del libro, su carácter de tragedia familiar donde se intentan explicar las leyes de la generación, los deberes ancestrales de la maternidad, la construcción simbólica del padre, que debería ser más que el sujeto inconsciente del placer sexual, o sea, una palabra emitida, imaginable. Y por último, está la lengua italiana, lo sensible que se aprecia en una sonoridad encontrada allí, que se recupera, y pareciera reconciliar a la mujer que habla en el libro con aquello que le fuera dictado “como un poema suave”, y que sin embargo se había experimentado como sufrimiento. Esa penúltima estrofa en italiano, que es la voz del padre consolando a su hija, no pertenece a la lengua de la condenación del cuerpo ni al decálogo sapiencial de una experiencia del desierto, sino al idioma de los sentidos, a la memoria de los labios y del viento. Porque a fin de cuentas la poesía existe en el cuerpo que va a morir, en ese acto, en la afirmación rítmica de quien vive.
Pero entre lo bíblico y lo griego, entre la consolación por la poesía y el ritmo trágico de la vida, no puedo comentar este libro sin mencionar su momento de intensidad, el abandono que clama en sus páginas y que buscará todas las palabras posibles para registrar lo que huye, lo que de otro modo sería olvidable. Porque la voz del poema habla por los no-nacidos, casi emblemas de cualquier cosa irrealizable, y dice: “Los que fueron, mamá, los que no fueron,/ quizá podrán ser en esta voz intrusa/ que te ofrezco en tu martirio.” Y al final del mismo poema, leo: “Yo soy los que no fueron,/ porque tengo un cuerpo ajeno y una muerte/ en cada latido que palpita sin estímulo/ y que juega a vivir.” Sin embargo, nunca se mezclan lo no-hecho, los no-nacidos, con las voces que sí existen. No es posible confundir los actos con las imágenes de lo que no existe, aunque desde su misma inexistencia dirijan, asedien, hagan hablar a los que viven. Por eso lo imposible, la herida de la negación, la negación misma del cuerpo habrán de redimirse en las palabras; el poema es el fruto del vientre de la negación. La abandonada que habla, que lee la biblia y escucha las voces de vivos y muertos, tendrá que producir un cuerpo de palabras, un ritmo vivo en el idioma, que incluso reviva la antigua lengua familiar, la del padre que dice: “Non sarà dolce questo pianto, bambina,/ non sará novo questo stil.” Pero la poesía actual, que debe ser un acto antes que un simple libro en el mundo de los libros, no necesita dulzura ni novedad, sino la eficacia limpia del estilo y el llanto: un estilo de llorar que ponga en movimiento la intensidad de la lengua por obra de ritmos, imágenes, contrapuntos vocales. En este sentido, aunque quizás también en varios otros, Las hijas de la higuera es un libro único.
Silvio Mattoni.

lunes, 13 de julio de 2009