viernes, 6 de enero de 2012

Reseñas Radar libros: Artaud -Valéry - Pavese

libros
Sábado, 31 de diciembre de 2011

Tres libros de y sobre poetas


 Por Juan Pablo Bertazza
¿Quién conoce a Antonin Artaud?
Varios
Alción
En 1928 Artaud se enamoró de Juana de Arco. Sucedió durante el rodaje de La pasión de Juana de Arco, en el que a pesar de tener un rol secundario encarnando al hermano Jean Massieu, cautivó absolutamente a todo el que la vio, con un mix notable de belleza y demencia. Entre cada uno de los testimonios compilados por Rodolfo Alonso sobre la figura inmensa y desconcertante de Antonin Artaud que componen este libro, el único hilo conductor parece ser la imposibilidad de radiografiar la importancia de quien, a pesar de romper con el surrealismo (sobre todo por su servilismo al adherirse al Partido Comunista), fue el único en llevar hasta las últimas consecuencias cada uno de sus postulados teóricos, una víctima de recurrentes brotes psicóticos que tenía una lucidez omnisciente y dañina, que anhelaba una geometría sin espacio, que buscaba representar lo irrepresentable (tal como indicaba en uno de los manifiestos de su Teatro de la crueldad) y se vanagloriaba de haber dado con una escritura para analfabetos. Tal vez por eso, además de los testimonios de Maurice Blanchot, Eugène Ionesco, René Char, André Breton y Tristan Tzara, entre otros –testimonios que van desde escuetas expresiones de dolor por su muerte hasta completos análisis sobre su visión del mundo–, este libro incluye algunos documentos inéditos del mismo Artaud y un valioso poema de Rodolfo Alonso titulado, sugerentemente, “El juicio final”.

Introducción a la Poética
Paul Valéry
Alción
Singular. Así fue la conferencia dictada por Valéry en París el 10 de diciembre de 1937, al hacerse cargo de la Cátedra de Poética en el tradicional Collège de Francia. El mejor alumno de Mallarmé se propuso entonces liberar la poética de su acepción más difundida, antigua y corriente: un conjunto de reglas formales y fijas para poner en práctica algún tipo de arte. En cambio, propone un estudio a partir de la Historia de la Literatura capaz de dar con las características fundamentales de aquellas obras que terminaron incorporándose al canon literario. En ese sentido, resulta muy curioso, y es una de las observaciones que realiza en su prólogo Rodolfo Alonso, el hecho de que este ineludible exponente de la poesía pura incorpore a su discurso conceptos provenientes del ámbito de la economía, como los de “producción” o “valor”. Otra de las apuestas de Valéry en este texto es despojar de la lectura y posterior análisis cualquier rasgo anecdótico acerca del autor de las obras, esgrimiendo como principal argumento que la Odisea es un libro canónico aunque poco sabemos de Homero, o que las obras de Shakespeare trascienden la nebulosa información con la que contamos acerca del eximio dramaturgo. Introducción a la Poética es de aquellos que, aun no estando para nada de acuerdo con sus hipótesis, resultan sumamente admirables.

Trabajar cansa. Vendrá la muerte y tendrá tus ojos
Cesare Pavese
Alción
Trabajar cansa tuvo su publicación original en 1936 y una reedición en 1943 con el agregado de treinta y un poemas y la supresión de otros seis. Si bien está considerado uno de sus trabajos más herméticos y deudores de aquello que se conoce como “poesía narrativa”, resulta también una especie de compendio perfecto de las principales características que hicieron de la obra de Cesare Pavese una de las más rutilantes del siglo XX: la soledad como una forma de condena existencial e irreversible, la idealización de la mujer y la melancolía de su evocación, la imposibilidad de la comunicación (algo majestuosamente plasmado en sus diálogos) y, sobre todo, la construcción de la infancia como una edad mítica, fuente inagotable de inspiración, y a la que siempre acude el poeta. Por su parte, Vendrá la muerte y tendrá tus ojos, excelentemente traducida por Rodolfo Alonso, constituye la culminación en todo sentido de esa estética pavesiana y de aquellos rasgos mencionados: poesía lacerante que enaltece más que nunca a esa mujer que en este caso tiene rostro y cara, la de la actriz estadounidense Constance Dowling, cuya separación lo inspira a escribir este libro magnífico pero también a suicidarse el 26 de agosto de 1950.