martes, 24 de julio de 2012

Próximas Publicaciones / Próximas Presentaciones



Libro “Botella en un Mensaje” de Emilio García Wehbi /Prólogo de Federico Irazábal

Alción Editora y Ediciones DocumentA/Escénicas
308 paginas. Presentación: 8 de agosto 19 hs MALBA
Fundación Costantini Av. Figueroa Alcorta 3415, CABA. en el marco del Proyecto “Panorama Sur”
El teatro de Emilio García Wehbi es ampliamente conocido en Argentina y en el extranjero tanto por sus míticos montajes para el grupo El Periférico de Objetos como por sus diferentes puestas, performances e intervenciones urbanas.
En este volumen, Alción Editora y Ediciones DocumentA/Escénicas reúnen su producción dramatúrgica, que tiene valor tanto por el impacto que han producido sus montajes como por su calidad estrictamente literaria. A través de la cita, el homenaje, la parodia, la apropiación de materiales literarios, poéticos y visuales y de otros procedimientos intertextuales postmodernos, Wehbi nos introduce en un universo altamente poético que requiere de un lector dispuesto a jugar con cada una de sus ideas e imágenes. Completa esta edición un manifiesto estético en el que su autor resume virulentamente su propia poética junto a una concepción radical de la práctica artística.
La presentación estará a cargo de Emilio García Wehbi, Federico Irazábal y Maricel Alvarez quien interpretará textos que se incluyen en el libro. Habrá invitados sorpresas.
Colección Limbo, es una sociedad editorial a partir de la cual Alción Editora y Ediciones DocumentA/Escénicas se proponen editar textos, asumiendo el desafío de “poner en escena” el producto de estudios, poéticas y registros de obras teatrales. Con esta colección nos proponemos recuperar y difundir trabajos que en algunos casos, transitan territorios híbridos propios del pensamiento contemporáneo. La línea trabaja se construye sobre los problemas de la representación como tema y como política editorial.


Presentaciones Agosto

Alción Editora y Ediciones DocumentA/Escénicas

tienen el agrado de invitarlos a uds. a la presentación del libro 

Botella en un Mensaje 

de

Emilio García Wehbi



el día 08/08/12 - 19 hs MALBA Fundación Costantini

Av. Figueroa Alcorta 3415, CABA.


--------------------------------------------------------------------------------------------


--------------------------------------------------------------------------------------------


Museo del Libro y Alción  Editora
 tienen el agrado de invitar a Ud./s 
a la presentación del libro



Fumasa

de

Esteban Bieda

el día miércoles 8 de agosto a las 19.30 hs.


Presenta: Leonardo Oyola
Gabriela Saidón (leerá un fragmento de la obra).

                       
Museo del Libro y de la Lengua
Av. Las Heras 2555 - Ciudad de Buenos Aires

------------------------------------------------------------------------------------



Alción Editora  y Biblioteca Nacional 
 tienen el agrado de invitar Ud./s
 a la presentación del libro
 
U zindzile


de 
Marta Chervin Pasik

El día jueves 23 de Agosto a las 19.00 hs
En la Sala Augusto Raúl Cortazar de la Biblioteca Nacional, Agüero 2502
C.A.B.A.
(se ruega puntualidad)

Se referirán a la obra, la autora, radicada en Córdoba, en diálogo con Gabriela Baby, Lic. en Letras, escritora y  Daniel Groisman, Lic en Ciencias Políticas y doctorando en filosofía del Conicet.
Amenizará el evento el músico Victor Murstein

domingo, 15 de julio de 2012


libros

Domingo, 1 de julio de 2012




Planes de evasión

La ironía, las paradojas y una austera intelectualidad caracterizan las breves piezas de Augusto Munaro, que abordan un tema relegado en la literatura: la originalidad.

Por Sebastian Basualdo

Recuerdos del soñador evasivo tiene una fuerza imaginativa tan poderosa y exquisita que uno experimenta la sensación de estar frente a esa clase de jóvenes narradores que vienen de la literatura y van hacia ella plenamente conscientes de ser parte de una tradición literaria que los avala y sustenta, permitiendo algo que no siempre se logra y que tanto maltrato ha sufrido: la originalidad. Hay escritores que patinan sobre la solemnidad sin proponérselo y terminan resultando pretenciosos, y hay otros que parecen escribir con una sonrisa cómplice hacia el lector, como quien no se toma demasiado en serio a sí mismo pero sí a la literatura. Quizás en esto último estriba el secreto de los cuentos de Augusto Munaro, mezcla de comicidad y austera intelectualidad; en todo caso, la maquinaria imaginativa que tan bien ha desplegado en estas veintitrés piezas –más que breves, se trata de cuentos escritos con la precisión de un relojero–, tienen sus antecedentes a flor de piel, como suele decirse. Y están celebrados. Naturalmente, decir que hay un rigor borgeano en su prosa o que ha logrado un equilibrio interesante entre un Felisberto Hernández y el humor corrosivo y filoso de un Saki sería intentar ir hacia un género literario definido, algo que no resulta provechoso porque los Recuerdos del soñador evasivo se mueven con la misma liviandad entre lo onírico y lo fantástico, sin soslayar nunca el realismo que da la sensibilidad exasperada. Algo de esto se percibe en el cuento que lleva por título el libro, donde el trabajo sobre la memoria parece estar basado en la esencia misma de la poética proustiana: “La luz que bañaba el derruido cantero salpicado de líquenes amarillos y negros, las hojas secas pisoteadas entre el suelo húmedo de la sombra, la voz de mi prima que olía a flores; todo eso se entremezclaba con una imperiosa necesidad de transformarlo en memoria, en imperecedera memoria. Había descubierto mi vocación de soñador evasivo. La de otorgarle a lo que existe la dimensión trágica de un objeto que pronto será irremediablemente perdido. Dotar, a cada circunstancia, de su dosis de emoción estética. Supe, por primera vez, el modo en que la eternidad irrumpía, se filtraba en mí”.

Dueño de una capacidad de síntesis realmente notable, Augusto Munaro logra que en sus cuentos se hilvanen con naturalidad universos aparentemente irreconciliables, pretéritos, lúdicos y tan reales e incisivos como un sueño, una pesadilla que los personajes aceptan con naturalidad, sin cuestionamiento alguno, como quien carga sobre su espalda con el peso inexorable del destino consumado, hombres como Cardoso, por ejemplo, que en el cuento “Saudades” una mañana se despierta con un dolor en la mano izquierda y resulta que debajo de una uña, en un minúsculo orificio violáceo, suenan guitarras con ritmo de fados y la voz melodiosa de Amalia Rodrigues inaugura en su vida un paulatino cambio de cultura. Bajo esta lógica, hay hombres capaces de provocar sus experiencias oníricas y otros que pueden materializar sus sueños, como es el caso del contador público Carlos Antunes, que puede traer a la realidad cosas tan disparatadas como una cítara de veintisiete cuerdas o la piedra de Rosetta, para estupor del Louvre. En otro orden, el asombro puede dar lugar al espanto, como sucede en “Pleitesía” en la ciudad de Girón, donde Casilda Atkinson, la mujer más hermosa y deseada, decide no excluir a ninguno de sus pretendientes y entregarse a ellos carnalmente, al unísono, sólo que a modo de manjar. Labrados con una precisión meridiana, sostenidos por pequeños giros que rápidamente dislocan el sentido de lo real, los cuentos de Augusto Munaro invierten lo trágico a favor de lo absurdo, el humor en crítica y la erudición en un juego de libertad imaginativa.

jueves, 12 de julio de 2012

Sobre "Escritos Póstumos" de Jorge Luis Acha




A 15 años de su fallecimiento, se editan por primera vez en tres volúmenes los Escritos Póstumos del pintor, educador y cineasta argentino Jorge Luis Acha (1946-1996) cuya copiosa producción literaria permaneciera inédita en vida.
 
Publicado por Alción Editora y con un estudio preliminar de Gustavo Bernstein, el primer tomo se articula en torno a un tríptico cuyo eje es uno de los temas esenciales de este artista polifacético: el dilema identitario que pugna en América desde la colisión cultural que se destara a partir del 12 de octubre de 1492; fecha que los eurocentristas pregonan como descubrimiento y los indigenistas tildan de invasión.
 
Acha interpela ese hiato nominativo trazando en los sucesivos textos un itinerario por las diversas estrategias de dominación y resistencia por el que ha deambulado la identidad en trance americana, indagando tanto en la colonización europea del imaginario precolombino como en la apropiación indígena de lo sobrenatural cristiano y/o de su cómplice, la superstición positivista.
Como mojones de un trayecto, las piezas permiten establecer tres estadios emblemáticos en la interacción del indio y del hombre blanco.
 
Homo-Humus, primera obra de la trilogía, cobija los escarceos iniciales en el descubrimiento y reconocimiento del otro, en un entorno selvático y exuberante alusivo a ese espacio edénico en el cual lo foráneo irrumpió sobre lo nativo.
 
Su eje narrativo es la expedición que a finales del siglo XVIII emprendieron el geógrafo y naturalista prusiano Alexander von Humboldt y su colega, el galo Aimé Bonpland, junto a tres indios yaruros por el río Apure –principal afluente del Orinoco–; que quedaría registrada en su libro Viaje a las regiones equinocciales del Nuevo Continente.
 
Ese texto recreado como un juego especular donde la taxonomía positivista del alemán, que clasifica y cataloga el “nuevo mundo” como un misionero de la avanzada del progreso, confronta con la concepción animista del indígena según la cual toda manifestación de la naturaleza viene dotada de alma y se inscribe en un orden de lo sagrado.
 
Blancos, segunda de las piezas inéditas, se ubica en una instancia intermedia de la relación de fuerzas, con la avanzada europea ya instalada en enclaves urbanos en los que ha impuesto su señorío y aparato doctrinal, pero en plena campaña de apoderamiento de vastas regiones aún en manos de la activa resistencia nativa.
 
El capital simbólico de ambos bandos ha padecido usurpaciones recíprocas, evidenciando signos de un progresivo mestizaje e incluso otros bienes culturales también han trocado de bando; entre ellos: el caballo, agenciado por el indio como símbolo de su identidad y arma letal de su estrategia guerrillera: el malón.
 
El relato se ubica en los estertores postreros de la campaña militar contra el indio emprendida por el general Roca –camuflada bajo el eufemismo de La conquista del desierto– en la que juega un rol determinante el terror atávico ocasionado en el aborigen por esa espectral invención bélica que fueron Los blancos de Villegas, aquel regimiento de níveos equinos comandado por el general homónimo y conocido como “el malón blanco”.
 
San Michelín completa el ciclo en el marco de la metrópoli actual, donde los imaginarios otrora enfrentados aparecen fusionados y transfigurados en el mismo espacio vital. La resistencia nativa asume ahora ribetes larvados en los rasgos de San Michelín, “El santo de la gomería”, un inmigrante boliviano originario de Tiahuanacu, de vida promiscua y violenta, que en sus raptos místicos se cuelga a una cruz y prodiga milagros ante fieles y devotos.
 
La prensa le ha asignado al personaje dotes de mito popular y Angélica, una antropóloga interesada en los fetiches urbanos, queda sugestionada por el personaje, promoviendo un vínculo poblado de contrastes donde resuenan las napas freáticas de la América oprimida y la inmaculada claridad del Iluminismo académico.
 
El dúo protagonizará un hecho que la legislación penal tipificaría criminal, pero según los indicios míticos del relato podría operar como una ceremonia sacra. ¿Michelín asesina a Angélica o la ofrenda a los dioses? ¿Estamos ante un psicópata y su víctima o ante un sacerdote y su vestal? ¿Es la historia de una pasión entre dos desquiciados o el destino de dos ungidos que acatan un mandato divino: él, inmolar lo más puro que ama; ella, entregarse en holocausto?
 
Pese a recursos estilísticos dispares, las tres piezas progresan mancomunadas bajo los efectos de un mismo régimen lumínico, por vía del cual la colisión de dos idearios se plantea como un debate entre lo radiante y lo sombrío; y bajo esa óptica, el tríptico podría vindicarse como una alegoría de la luz (o acaso de la sombra) que se cierne sobre el continente.

jueves, 5 de julio de 2012

Presentaciones Julio


Alción Editora
Presentación de libro:
¿Quién odia a Jorge Luis? 
Martín Sueldo


Presentan: Luciano Lamberti y Gustavo Pablos
Martes 24 de Julio - 19:30 hs
Centro Cultural España Córdoba


Sobre Martín Sueldo: Licenciado en Letras Modernas. Universidad Nacional de Córdoba (Argentina) y Doctor en Literatura Latinoamericana. Arizona State University (EEUU). Profesor e investigador en UNC-Chapel Hill (EE.UU.) .

Publicó:  El Perro Amarillo. Poesía. Ed. Nubla: Buenos Aires, 1998. /
¡Río Arriba! Poesía. Ed. La Creciente: Córdoba, 2005. Reseña:  http://www.scribd.com/doc/32915259/Rio-Arriba-por-Martin-Sueldo  /  
El Hombre de la Medalla”. Cuento.  25 Ciudades. Emanuel Rodríguez (Ed.). Córdoba: Educc, 2007. /


Sobre la novela:

¿Quién odia a Jorge Luis? es una novela en primera persona donde el protagonista narra su historia personal como forma de justificar sus constantes cambios de nombre y de identidad. Con este fin, el narrador se dirige al comité que evalúa su “caso”, describiendo su procedencia (es hijo de desaparecidos de la última dictadura argentina), su escape de Argentina cuando era niño, su estadía en Israel, España, su vuelta a la Argentina, para terminar finalmente en la frontera entre Ciudad Juárez (México) y El Paso (EE.UU.). El relato de su periplo le sirve, a la vez, como excusa para describir el desarrollo de su carrera literaria.

Escrito en tono trágico-cómico, la novela explora el ambiente literario y editorial del mundo literario hispanoamericano. Lejos de ser una novela del “exilio” o de la “memoria”, la narración emula la novela picaresca española, el relato de viajes y la novela de espionaje.

La búsqueda de su verdadera identidad queda ligada cínicamente a la búsqueda de una carrera literaria de prestigio. El narrador recurre a acciones poco convencionales para transformarse en un reconocido escritor. Una de ellas, acosar sexualmente a una famosa agente literaria catalana. Su búsqueda de identidad será marcada por actitudes cobardes, narcisistas y deshonestas que ponen al personaje central en contacto con una realidad contradictoria. 

Sobre "U Zindzile" Marta Chervin







Link para leer la nota: Presentación "U Zindzile" de Marta Chervin



Sobre "Poemas existenciales" Osvaldo Ferrari



Poemas existenciales, de Osvaldo Ferrari

Alción, 2012

Semanas atrás, caminando por las calles de Saint-Germain de Près, en París, me topé, con L’Hotel, en la rue des Beaux-Arts, nº 13. En el frente, a la izquierda de la puerta, una placa señala que Oscar Wilde murió allí, en 1900, cuando aún se llamaba Hotel d’Alsace; a la derecha, otra placa similar, consigna que también fue residencia de Borges. Esta sorpresa me remitió a Osvaldo Ferrari. ¿Por qué a él, me dije, cuando la mayoría de mis amigos son escritores y con cualquiera de ellos una referencia como ésta hubiera sido motivo de conversación? Pensé en Osvaldo porque tiene dos condiciones que lo distinguen: el don de la admiración y el gusto por las vidas literarias. Cualidades a las que podría agregarle una tercera: la sensibilidad para resaltar esas vidas, a través de la palabra escrita o de su contagiosa conversación. Basten como ejemplo los volúmenes en los que ha compilado los numerosos diálogos radiales realizados con escritores argentinos; principalmente, con Borges. Todo esto destaca un perfil generoso y agradecido. Pero la práctica de mirar hacia atrás -a los mayores, a los más grandes- para describir el esplendor de una literatura magnífica como lo ha sido la argentina del siglo XX, revela, asimismo, que Osvaldo se sabe heredero de esa tradición literaria, a la que custodia y de la que busca aprender. No es extraño, entonces, que los nombres de Oscar Wilde, paradigma del escritor apasionado, y Jorge Luis Borges, la figura canónica de nuestra literatura, me despertaran su recuerdo. Ambos tuvieron la particularidad de contar con el pasado para proyectarse en el presente, ya sea controvirtiéndolo, ya sea recuperándolo por la vía de la ficción, hasta llevarlo a otras fronteras del sentido.

Los libros de Osvaldo están recorridos por topónimos y figuras literarias, y toda su vida de escritor es una larga reflexión sobre el país, la cultura y sus intérpretes. Con un hecho sobresaliente: la reflexión acerca del país y lo que en su pensamiento constituye nuestra fatalidad histórica –el desierto y sus caras opuestas, la soledad y el vacío-, lo han llevado últimamente ha incorporar al material de su poesía el descubrimiento de la naturaleza física, hecha de árboles, cimas, tierras y llanuras, y el mar como un espejo de esas lejanías. Pero lejos está de ser un escritor costumbrista. Por el contrario, Osvaldo Ferrari es un escritor reflexivo, que se deja impresionar por la vida vivida y la vida presentida, y que ha elevado la soledad del paisaje nativo a una dimensión metafísica. Si en su segundo libro, “Poemas autobiográficos”, está el descubrimiento del mundo y la temprana vuelta al país, con todo lo que esto supone de extrañamiento –la recuperación del rumor de las calles y el instante solitario que amenaza al viajero, en este nuevo libro tenemos algo que puede expresarse con la palabra dominio. Dominio en el sentido de lo que la voz latina dominus refiere en cuanto a propiedad, señorío. Él ya sabe cuál es su lugar, su vocación y su paisaje, pero nada de esto atenúa la necesidad de preguntarse por las causas del dramatismo interior que sacuden al país desde sus comienzos. Viajarás por el hombre al viajar por el mundo, escribe, sentando con esto una de los móviles de su trabajo intelectual.  Tempranamente, Basilio Uribe vio esta cualidad, cuando escribió que en la poesía de Osvaldo el sentido de la vista establece el clima dominante. Y este es, precisamente, su modo afirmativo de tomar contacto con la realidad: observando, preguntando, inquiriendo. El que lo lleva a escribir un poema como “Invierno revelado”, al que debemos leer –y aquí me entrometo- en el sentido de-lo-que-el-invierno-revela: Todos los inviernos son este invierno./ La misteriosa creación/ se revela en la estación blanca y despojada./ Una vez más el don del aire transparente,/ una vez más el frío que despierta la conciencia,/ una vez más la grave naturaleza de la vida/ nos alcanza desde el cielo nublado.

Con Osvaldo pertenecemos a la misma generación literaria. Una generación que comenzó a escribir cuando estaban vivos Borges, Mastronardi, Molinari, Enrique Banchs, Marechal, Juan L. Ortiz, González Tuñón. Una generación que supo ser amiga de Giannuzzi, Enrique Molina, Edgar Bayley, Olga Orozco, Juan José Hernández, Girri, Madariaga. Una generación que tuvo una particularidad que nos enorgullece: la de no haber sido parricidas. Y más: la de no tener reparo en considerarnos discípulos (aún ya siendo grandes), epígonos o simplemente continuadores de esa gran tradición. Asistir a la literatura fue, para nosotros, puerto de partida y de llegada a un acontecimiento de inmensa felicidad y de aguda toma de conciencia del tiempo y del lugar en que vivimos. Vean esto que digo retratado en el poema “A Murena en Buenos Aires” que integra el segundo libro de Osvaldo y que me permito leerles: “Cuando los granaderos cruzaron Paseo Colón/ ya habías muerto./ Hubieras apreciado el oro desgastado/ y el paso extraño de los caballos/ resucitando o regresando…/ Marchaban fuera del tiempo;/ te hubieran parecido irreales los trajes/ y el aire ceremonioso de las cabezas/ orientadas o atraídas por el sol./ Al verlos hubieras sospechado/ que el presente no es el presente,/ que la ciudad es metafísica en nosotros,/ que el ridículo y la violencia nos prueban./ Pero no estabas, y tu espíritu/ ya era la ciudad. Era la planicie/ y era el río, era los edificios abstractos/ y su gran ausencia inmóvil…” Con las trasposiciones que son propias de la poesía, se puede entrever en estos versos al poeta joven que sale a buscar al autor de “La metáfora y lo sagrado” -tardíamente, porque éste ya ha muerto y él estaba entonces en el extranjero-, para entablar un diálogo imaginario en el que las tensiones de la gran ciudad muestran que, con la desaparición del maestro, ésta se ha vuelto abstracta y universal.

Osvaldo Ferrari lleva escritos tres libros de poesía, además de los diálogos con Borges en los que examinó –como ninguno antes ni después- toda la génesis creadora del maestro, toda su vida y buena parte de sus secretos. Este libro que hoy presentamos es el tercero. Los tres tienen títulos de raíz ontológica. Poemas de vida, Poemas autobiográficos y Poemas existenciales. Los tres pueden ser integrados a un solo conjunto que tiene y no tiene relación autobiográfica con su persona. Porque, bien leídos, son piezas semánticas, lo que es tanto como decir que son figuraciones literarias. Sabemos que la verdadera biografía de un escritor está en su obra. Y que los poetas no tienen otra biografía fuera de sus poemas, ya que lo que puedan referir de su subjetividad son señas, motivos, excusas –“perchas” les llaman Auden- de las que cuelga el episodio verbal, escrito y de algún modo enigmático que constituye su literatura. Debo decir que cuando Osvaldo me mandó los originales de este nuevo libro le observé el título, casi con el propósito de que lo cambiara.  Pero después pensé, ¿qué derecho tengo de sugerirle otro título y qué podría hacer él en el caso de acceder?, ¿titularlo –pensemos-: La distancia blanca, La piedra aérea, La hoguera de encina, por citar algunos de sus versos que pudieron servir de título? Pero no, hubiera sido más de lo mismo, y el libro habría perdido lo que constituye su estilo y estructura: el hacer de cada poema una ocasión para el asombro y una plataforma para el pensar. Tal es su manera de entender la función de la poesía y de capitalizar su fascinación por los hechos y las personas a través de imágenes conceptuales de inmediata comunicación y con admirable economía verbal. Así fue como escribí el prólogo en el que señalo: La tentación de plasmar un orbe que nos constituya más allá de lo circunstancial alienta su instinto poético. Volcadas al lenguaje escrito, esas personas y lugares obran como espejos en los que nos podemos ver. Un orbe, entonces, que es, asimismo, un sueño y una estatura de la conciencia: un saber.

Como mis palabras no tienen otro propósito que el de acompañar la lectura del libro, quiero señalar algunas notas que distinguen la poesía de Osvaldo Ferrari.

Primero: hay en toda ella una tendencia a escribir en tiempo pasado, recogiendo imágenes que son tropos e hitos de la historia con el propósito de rescatarlos del olvido, pero, sobre todo, para darles una continuidad y explicar con su ayuda el presente. De este modo, rememora, recapitula. Pero sabemos que rememorar es reconstruir con la imaginación, ya que el pasado no permanece atrás, objetivo, cosificado, sino que es una construcción hecha desde el presente con ayuda de la memoria y la imaginación. En ese ir hacia el pasado, Osvaldo toma figuras de la literatura y establece un escenario que clarifica las encrucijadas de hoy y tiende un horizonte para adivinar el futuro. Así, sus poemas conforman una sutil trama de pasado y presente, de proximidad y lejanía, en los que se alcanza una afirmación que es siempre concluyente.  Vean el poema “A Hernández”, sobre todo en sus dos últimas líneas: Sobre tu rostro, nuestra fatalidad./ En tu cara abrumada, los rasgos/ de lo que estabas destinado a vislumbrar:/ la verdad de tu tierra y de tu gente,/el signo y el círculo de su paisaje.../Hasta que por tu boca habló el desierto/ y definió para siempre dónde estábamos. Decir que el desierto habla, es, a todas luces, una construcción poética. Pero se trata de una afirmación sabia, de una verdad, ya que ninguna historia argentina puede prescindir de la impronta del desierto, que contiene a la llanura, a la pampa y a las fronteras y, sin demasiado esfuerzo, también a los grandes desencuentros ideológicos del país. El poema está escrito de manera contenida, con pudor, con la reticencia argentina que Borges le atribuyera a Enrique Banchs, quien para hablar de un amor no correspondido escribió ese bello monumento verbal cuyo título es “La urna”. Porque, en el fondo, lo que Osvaldo está poniendo de relieve es la soledad, la travesía y el extravío que son propios de estas latitudes, desde el Río de la Plata hasta las elevaciones de la puna.

Otras notas sobresalientes de la poesía de Osvaldo son la limpieza de sus versos y el hablar de lo personal en segunda y en tercera persona. Frutos de una prosodia cercana al habla oral, en sus versos prima lo sustantivo. Quiero decir con esto que sus poemas denotan la existencia de entidades, personas y cosas animadas e inanimadas, sin descansar para su eficacia en el complemento de la metáfora, en paráfrasis o en adjetivaciones que, como también sabemos, si no enriquecen, matan. Veamos el poema “Toronto”, que enlaza este libro con el segundo y su pasado personal con los días presentes: Volabas sobre un luminoso manto de nieve./ Era la misma cuyo indecible misterio/ envolvió tu juventud y la fijó en el tiempo./ Vista en la noche, cubriendo la ciudad y el campo/ donde reconocías las luces de la altísima torre, los esparcidos edificios y las calles refulgentes,/ parecía esperarte con su inquietante belleza;/ aquella de la que alguna vez habías huido. Si quitamos los adjetivos, vemos que el poema mantiene intacto su recato y aún cobra mayor intensidad.

Por último, también caracteriza a su poesía el propósito de discernir y esclarecer –de echar luz- que están en el alma de su energía poética. Ese ejercicio de la reflexión a partir de los interrogantes que propone la vida, lo enrola con justicia en la corriente literaria que hace de la poesía un instrumento para pensar. Leo el poema “Hoguera de encina” que, fuera de ser uno de mis preferidos, constituye toda una gnoseología poética, en la que la visión de un fuego de leños –casual, fortuito, el de cualquier invierno- es elevado a la condición metafísica que le permite hablar en paralelo del tiempo, de la vida y de la muerte: Como la leña se queman las horas./ La llama inicia su posesión devoradora,/ su pasión y su dominio crepitantes./ La brasa encarna el rojo, el amarillo candente/ y se consume en ceniza gris y blanca./ Así se consumen el día y la noche/ surcando el rostro de un hombre, trazando/ las líneas del destino sobre la piel./ Como el fuego nos consume el tiempo./ La vida alcanza la belleza del fuego/ al precio de iniciarnos en la muerte.

Nieve, soledad, desierto, tiempo pasado y tiempo presente, tierra, mar, fuego, vida, muerte, son, además de sonoras palabras, estaturas espirituales con las que Osvaldo construye su poesía. Todas ellas remiten a un origen tácito, simbólico y semántico, pero, sobre todo, a una temperatura interior. Estos extremos de la experiencia poética nos acompañan después de la lectura y nos siguen hablando como corresponde a los libros nacidos de una necesidad. Celebro la aparición de este nuevo libro de Osvaldo, leyendo el epígrafe absolutamente vigente que encabeza su primer libro. Es de Henry Miller y contiene una de las claves para entender la poesía de nuestro amigo: “Por extraño que parezca hoy decirlo, la finalidad de la vida es vivir, y vivir significa estar consciente, gozosamente, ebria, serena, divinamente consciente. En este estado de conciencia, se canta; en este ámbito el mundo existe como poema”.
                                                              

Rafael Felipe Oteriño, Buenos Aires, 27 de junio de 2012