miércoles, 19 de diciembre de 2012

Sobre "Carte d’un monde Paralléle"





Sobre "Carte d’un monde Paralléle" de Claudia Sbolci

Decía Paul Eluard: “Existen otros mundos, están en este”. He pensado  que, tal vez, el universo sea algo de eso que señala el poeta y también  otra posibilidad, una extraña combinación con aquello  que narró J.B.Priestley  en su maravilloso cuento “El otro sitio”. Podría pensarse, también, que, en los diversos e indeterminados mundos, existimos, al mismo tiempo y sincrónicamente, los mismos seres. Entonces,  en todos los mundos que existen, esta noche se presenta  un libro y hay alguien que lee, exactamente, las mismas palabras que lee el presentador  que se refieren al libro que ha escrito Claudia Sbolci, libro  que existe, preexiste, se presenta y se lee, simultáneamente en todos los mundos existentes. 
Entonces, esta extraña realidad que es la misma y múltiple, focalizada aquí, en estas páginas de Carte d’un monde…, diseminadas por el entero universo nos  convocan. La realidad, la múltiple realidad que gira y sobregira, es quien nos convoca, ella es desde siempre la actriz principal, y nos incita a intentar el balbuceo elemental,  el que todos producimos cuando  queremos hablar de un libro. Más aun, cuando se trata de un libro de ciertas complejidades en su escritura, porque tenemos ante nosotros una escritura cuya máxima potencia se erige en un toque de pasión que recorre cada línea, como si fuera una pequeña llama que circula por un cableado invisible: eso es al menos lo que yo siento y percibo en cada texto, en cada poema de este libro, bello libro  escrito por Claudia Sbolci.  Hay en la escritura de este libro un tema que es el centro: el amor, pero además, en sus intersticios se filtran, como por de costado, otros aspectos y aparece ante el lector alguien cuya reflexión frente a la escritura toma otro giro, que se complementa y a la vez explica, leemos en página 68:
“No quiero más tatuaje”,
me dijiste aquel día desnuda sobre el pasto,
“que el que estas gotas dibujan
sobre mi cuerpo al azar”.


Entonces comprendí por primera vez
el origen de los planetas llenos de grietas
por donde se cuela el sol.

Afuera, la línea imaginaria de la costa,
divide la tierra en dos.

La ola retrocede
toma impulso y desbarata
por un segundo
el inestable equilibrio
del mundo.
 Todo esto, mientras los que estamos en esta reunión, linterna en mano, podemos percibir  que el universo es ese gran faro que ilumina quizá, poéticamente, todos los mundos y que estos textos de Claudia Sbolci, se acoplan a uno de los haces de luz y desde uno de sus extremos nos hacen un guiño para hacernos entender que la mejor manera de comprender este universo, el que vive en los exactos espacios de un libro, de matemático formato, es dejarse llevar por el arrullo musical del verbo sin pensar que las coordenadas que rigen la vida están sujetas a la variable tiempo.

Cuando Claudia me propuso hablar de su libro acepté, con todo gusto, y le pedí, además, que ella me indicara sobre qué autor pensaba que podía partir 



para dejar correr el hilo de esos versos, en una especie de acorde poético compuesto a dos voces: me sugirió Juarroz, luego dijo: Lispector.
De Juarroz tomo las primeras líneas del primer poema publicado en su primera Poesía Vertical, dice el poeta:

Una red de mirada
mantiene unido al mundo,
no lo deja caerse.
El poema continua pero, reflexionemos, nos queda una cuestión a pensar y repensar: el concepto de red. Lo que mantiene unido al mundo, no lo deja caerse es esa red, de una fuerza gravitacional invisible y uno piensa cómo es posible que todo lo que no se ve sea lo que nos sostiene, y lo que se ve tal vez no sostenga casi nada, hablando de mundo/s, esos enormes espacios sostenidos por fuerzas de imposible mensura.
Ahora bien, en Carte d’ un monde paralèlle pueden percibirse esas líneas invisibles que sostienen cuerpos. En la página 14 puede leerse:
“Amar es estar fuera de todo, dentro de la nada.
La nada más inmensa que la nada, flotante en la nada,
casi ausente.
Amar es esa ausencia que queda sin rellenar, y da igual.”  (Fin de cita).


En Octava Poesía Vertical, Juarroz escribe:


El centro del amor
no siempre coincide
con el centro de la vida.

Ambos centros
se buscan entonces
como dos animales atribulados.
Pero casi nunca se encuentran,
porque la clave de la coincidencia es otra:
nacer  juntos.

Nacer juntos,
como  debieran nacer y morir
todos los amantes.

 En página 26, Claudia escribe:
“Amar no puede ser nunca o siempre.

Amar es lo que va siendo.
Nunca fue, porque eso  que era no es lo que decimos que es…  (salteo dos líneas y continúo):



En un mundo paralelo Heisenberg escribe aforismos en el aire,
mientras se seca las manos en su delantal de cocina:”.

Y concluye en el magistral aforismo del autor citado, en página 27:
“Cuando decimos qué es, no estamos.
Y cuando estamos, no podemos decir qué es”.

Busco, ahora, la compañía, de Clarice Lispector, la fantástica escritora que Claudia sintió/pensó sería buena compañía. Todos los que conocemos algo de la vida de este extraño ser que fue Lispector sabemos, de sobra, que en ella habitaban, al unísono, dos almas extrañas: una la de su natural generación de vida, la de su sangre ucraniana y otra la que se incorporó a su sangre por la lengua: el alma de Brasil. En una de sus novelas –La araña, escrita en 1946- la  tomé como para recuperar al aire de su escritura y me dejé llevar por la lenta narración donde la historia de dos niños, Daniel y Virginia, miran el mundo, a la manera de los personajes cortazarianos, con una abstracción de los mayores que tornan el paisaje como si no existiese otra cosa que el alma y los sueños de ellos mismos.

En un pasaje Lispector para referirse a una de las cualidades de Virginia dice: “Miraba, miraba. Cerraba los ojos atenta a todos los puntos indescubribles de su estrecho cuerpo, pensándose toda sin palabras, recopiando su propia existencia. Miraba, miraba. Casi de inmediato, de su mismo silencio, su ser comenzaba a vivir más, un instrumento abandonado  que por sí mismo comenzara a hacer sonidos, los ojos mirando porque la primera materia de los ojos es mirar”. (Fin de cita). Recordé, luego, la enseñanza de Alberto Caeiro,

heterónimo de Fernando Pessoa, en su libro Poemas Inconjuntos:  “Toda la cosa que vemos, debemos verla siempre por primera vez, porque realmente es la primera vez que la vemos…”.
Es mi deseo para este libro.
Muchas gracias.
Juan Maldonado




Sobre Revista Nombres nº26





Revista Nombres n°26
Dossier La Muerte


¿Hablar de la muerte? ¿Cómo? Estas son preguntas que recorren como un río subterráneo todos los escritos presentes en el Dossier de la Revista Nombres que hoy nos convoca. El paisaje desde donde se plantea la pregunta por la muerte y la pregunta por cómo hablar de la muerte no es otro que el abierto por una muerte mayúscula, la de Dios, sitio signado por las ruinas de los templos. Casi a modo de relicario, allí donde restan y se guardan pequeñas partes de lo atesorado, o como puesta en abismo en la página, la escritura, la filosofía, están llamados a velar los restos del último hombre.
Desierto o espacio abierto o intemperie. Posibilidad de la pregunta, potencia de su retorno, recurrencia de lo que no conjuramos.  A la insistencia que pregunta una y otra vez qué sea eso que llamamos muerte, responde un torrente de no-saber, ensayos de rondarla con el pensamiento a partir de una primera constatación: no sabemos qué es la muerte. Por allí uno la señala como la  alteridad radical, para otro destella en su total incomprensibilidad, aquí aparece como lo indiferenciado, allá como lo inexperimentable, como lo impensable en su extranjería rotunda.
Y sin embargo, ¿cómo no hablar de la muerte?
Welte, en  su alocución para el entierro de Martin Heidegger, yergue la afirmación “de la muerte se puede y se debe hablar”, un decir que de alguna manera intenta reconciliar la afasia de lo que fenece con el testimonio de quienes quedan: hablan los testigos del paso de eso que llamamos vida y así, la posibilidad de decir la muerte se liga a la amistad.  El misterio que es la muerte, eso que no nos sucede, que no conocemos ni conoceremos “en carne propia”, de la que no haremos experiencia, nos obliga a ser testigos, nos acerca a lo inaudito de esa muerte que nunca nos llega si no es por otro: Somos esa densidad de espectros que, invirtiendo a Santa Teresa, no mueren porque mueren.
La escritura, el pensamiento, la filosofía (por supuesto que podríamos seguir con una serie también posible: el amor, el arte, la amistad…) digo, la escritura, el pensamiento, la filosofía están atravesados por ese inapropiable. La filosofía es el registro de un diálogo con, sobre y por la muerte, en el que Fonti, por caso, reconoce la importancia de la temporalidad (“la muerte nos ayuda a tomarnos en serio el tiempo”), donde la vida es a la vez lo moribundo y la posibilidad y potencia de  tener tiempo, transparentándose allí la presencia reclamante de la responsabilidad. “Nuestro trato con la finitud resulta ser nuestra mayor arrogancia” afirma Croce, hiriendo con su señalamiento esa habitualidad en la que nos reflejamos como mortales inmortales: la muerte siempre está allí, latente y presente mientras ilusoriamente la conjuramos con el olvido en el que vivimos como seres inmortales.
Acaso en esa paradójica expresión pueda ser leída la interrupción que oficia la muerte en  las noches del niño que Mattoni nos hace ver en ese instante en el que se apaga la luz antes de dormir. La experiencia del sueño como posible aproximación a la muerte (aquello que ya habían visto los griegos al establecer la fraternidad de Morfeo y Tanatos, dioses engendrados por la Noche) señala el sobresalto, la interrupción, el quiebre del aterciopelado descanso. El esfuerzo de los niños por conciliar el sueño, por no temer esa Noche, por mantenerse en la vigilia y el temor que se eriza en las madres tras el sueño del niño, acaso sellan la cercanía de estos dioses nocturnos que despiertan en nuestro ser primitivo estos súbitos terrores.
La muerte como interrupción y descomposición. Interrupción (desde dentro, de la conciencia, del fluir del lenguaje) y como descomposición (del cuerpo, desde fuera, de ese no-ser extraño que aparece ahora como cadáver). No hay muerte propia, solo hay anticipación de la privación en la que nos abandona el fantasma  proyectado por la muerte de otro. En la muerte del otro sufrimos por su perdida irremediable (“alguien muere, ningún mensaje le será comunicado, ningún pedido vendrá de él” dice Mattoni): Dolor, hay duelo. Ahora bien, sin poder hacer duelo de la muerte propia, ¿cabe alguna otra posibilidad?, ¿acaso lo sea la ausencia que nos señala Bataille en esa experiencia imposible que llamó “práctica de la alegría ante la muerte”?. No ser mortales inmortales, ni “creer ser el rey del acontecimiento en curso” –como dice Duras en El mal de la muerte- sino ser esa ausencia, ese vacío en el que se funden beatitud y violencia, o como refiere Del Barco, experiencia de la “vida extinguiéndose”. ¿Cómo no ver en esta transfiguración tragicómica, una excepcionalidad religiosa, una “ jovial e imposible alegría ante el evento de morir” que exigiría el improbable olvido del miedo a morir?
Más allá del sentido con el que dotan las religiones a la muerte, allende ese “paso más allá”, la muerte aguijonea al pensamiento. “El hombre es esta hendidura donde lo viviente y lo muriente se identifican”, “muerte es devenir nada. La vida deja de ser, un hay que ya no es” dice Oscar del Barco, trazando desde allí una suerte de complicidad tensa entre una antropología signada por el problema axial de la muerte y una ontología atravesada por la muerte de todo fundamento, de todo dios, de toda sustancia, de todo sujeto. O, para decirlo con Biset, la muerte excede todas las peripecias de la antropogénesis (bajo la que es la conciencia de nuestra finitud la que nos hace hombres) pues, radicalizando la reflexión, tomada en sentido ontológico la muerte señala que “ser es perecer”.  
Del recelo, de la incomprehensibilidad radical que supone la muerte, de esa alteridad absoluta para el pensamiento pareciera alzarse sin embargo una ética, una política incluso que vuelve inescindibles los opuestos que Derrida resuelve en la expresión la-vida-la-muerte. Incluso una ética de la escritura en la que Jazmín Acosta celebra, un gesto de amor, El gesto de amor: escribir es dar muerte a la muerte.
Los textos de Bernhard Welte, Diego Fonti, Oscar del Barco, Soledad Croce, Silvio Mattoni, Noelia Billi, Guadalupe Lucero, Jazmín Acosta y Emmanuel Biset reunidos en este Dossier invitan a continuar el pensamiento sobre la muerte, la finitud, la temporalidad, la política; a permanecer en el diálogo sobre la muerte, la escritura, el lenguaje; invitan a hilvanar nuevos gestos, amorosos y amistosos, en la escritura dando lugar con su lectura al espaciamiento de esta obstinación sobre la muerte llamada pensamiento. 


 Presentación: Natalia Lorio
14 de Diciembre de 2012


martes, 18 de diciembre de 2012




El orégano de las especies de Mauro Cesari
Alción Editora – 2011


El orégano de las especies de Mauro Cesari comienza con una dedicatoria a Alfred Wallace,  fantasma y concluye con una indicación acerca del procedimiento utilizado para la construcción de su libro: la alteración por borramiento de “El origen de las especies” de Charles Darwin.
Wallace y Darwin eran amigos y colegas, ambos naturalistas, biólogos y expedicioncitas que contribuyeron apasionadamente a las teorías científicas de la evolución. Sin embargo, el alcance y la fama de la obra de Darwin excedieron, ampliamente, a la del  desconocido Wallace. Los motivos históricos y sociales de dicha injusticia son muchos, pero hay uno, quizás el más controvertido, que sitúa para siempre a Wallace como un marginal en la historia de la ciencia: admitió, en sus teorías, un aspecto espiritual del mundo natural.
El libro de Cesari continua y el fantasma se desplaza, acompañándolo. La escritura encarna diferentes ritmos, entonados por un habla inconexo, rizomático y pendular. Al principio es El ondular de óscilo, después El oscilar del óndulo y por último, Blank Tapes (facsimilares /mapas de procedimientos). Cada uno de estos capítulos, se enlaza como un espejo invertido con el anterior y la arquitectura de los poemas se modela en diversos órdenes visuales. La versatilidad de la forma es creativa e ilimitada. Cada letra o palabra, cada enunciado, se acomoda en el espacio según la presencia que de la ausencia le fue dada.
En esta enciclopedia de casos desplazados, Cesari transfigura el habla, mutando la lengua; de ciencia a poesía, de poesía a oráculos, de oráculos a silencios. Descubre otra naturaleza, en el subsuelo de las teorías establecidas. Sospecha que el mundo puede ser un caos fluctuante y vital, y descubre; Especies desconocidas, salvajes en ninguna parte, caracteres anómalos, / señales negras, castas cruzadas, descendencia mestiza, razones tomadas, / subespecies gráficas
Los organismos particulares, las singularidades y rarezas abundan y habitan El orégano de las especies. Cesari diseccionó a Darwin y donde antes había un prolijo árbol filogenético, ahora hay muchas variedades de troncos, raíces enredadas, ramificaciones estrafalarias y nervaduras carnívoras.
El núcleo central, la explicación sobre el origen, se ha desdibujado y roto. La naturaleza, es el dato superpuesto de una evolución en constante retroceso, anticipándose a la muerte y al futuro, como anotó Héctor Libertella en su propia autobiografía La Arquitectura del Fantasma: El futuro ya fue.
Así la literatura de Cesari, como también la de Libertella, José Lezama Lima, María Zambrano, Lorenzo García Vega o João Guimarães Rosa configuran un incandescente e inclasificable resplandor de la lengua, que no responde a ningún patrón o designio. Hablan, dibujan y reptan esquivando audazmente la línea del tiempo que los conduce invariablemente a un telos inminente y común. Tras debatir, soñar y alucinar con el fantasma que ellos son, inauguran las variaciones del vacío. Viviendo y floreciendo entre el horror vacui y las expediciones a lo desconocido sin nombre.
Lo intuido y lo oscilado, la complejidad y el azar son cavilaciones geométricas sobre un misterio ilustrado, esbozado, en El orégano de las especies. El orégano y no el origen. El condimento, el alimento cercano y simple, no la lejana e inalcanzable abstracción del Principio.
En contraposición, al esquema de la racionalidad determinista, Cesari rompe el lenguaje, lo borra, anula el curso predecible de la continuidad y esboza al fantasma, al pobre, al desplazado. En esa ausencia se limitan los acordes de un paisaje, las geografías del lenguaje, los mapas, sobre el cual la verdad ya no construye sus representaciones.
En El orégano de las especies vemos el movimiento y una raíz deforme que subsiste en el lenguaje: la poesía. La poesía, la música y el ritmo, constantes de todo sentido y todo texto.
Así, la omisión de Wallace en la historia es presencia absoluta en El orégano de las especies. Wallace es Cesari y Cesari es Wallace, en la medida que ambos son un ocultarse del lenguaje, una construcción de sentidos poéticos, una abierta conjugación de lo ausente.
En este acoplamiento de temporalidades, en la perdida de una linealidad, Cesari descubre el equívoco desvío del progreso y la literatura como maquinaria artificial de toda tarea imposible. La tensión entre la persistencia del vacío[1] y el horror vacui, entre la pulsión y el deseo.
En El orégano de las especies, pensando en los términos de Libertella, Cesari construyó su  propia transbiografía[2], un espejo desgarrado en la tensión misma de lo que circula entre Wallace y Darwin; entre lo innombrable y lo nombrado.
Cesari es el fantasma. El fantasma que interviene sin hablar, que modifica sin afirmar y que, principalmente, escribe sin escribir. Pura potencia de sí mismo, en el origen de su propio libro no ha originado nada, sólo condimentado la ausencia, para deglutir y saborear.
La convicción de Wallace, la creencia de que naturaleza y espíritu se pierden en las rutas del cielo, en las plumas imperfectas de los pájaros, en la reptación caleidoscópica de una planta, es un condimento que perdura en el fango de lo imposible. Dice Cesari: Monstruosidades. Correlaciones entre órganos. Materia de cabeza alargada: los / perros de poco pelo tienen los dientes imperfectos, los animales de pelo largo son / propensos a tener largos cuernos, las palomas calzadas tienen piel entre sus dedos / externos, las palomas con pico corto tiene pies pequeños. Albinismo. Piel con / púas. Cuerpo cubierto de Estructura.

Mariana Robles - 2012



[1] El vació es más pequeño que un naipe / y puede ser grande como el cielo, / pero lo podemos hacer con nuestra uña / en el borde de una taza de café / o en el cielo que cae por nuestro hombro. Fragmento del “Pabellón del vacío” de Lezama Lima.

[2] Libertella define el término transbiografía como  …la única manera de atravesar con mis propias palabras la autobiografía de otros.

jueves, 13 de diciembre de 2012

martes, 4 de diciembre de 2012

Sobre Drummond de Andrade


http://www.lagaceta.com.ar/nota/521934/la-gaceta-literaria/nuestro-drummond-andrade.html

Presentaciones Diciembre



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Día    12-12-12
Hora   21:21:21

Carte d' un monde paralléle

de Claudia Sbolci

Observatorio Astronómico de Córdoba
(Laprida 854)

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