viernes, 9 de agosto de 2013

OFICIO DE LECTOR - de Santiago Sylvester


Télam, por Gustavo Bernstein.

En "Oficio de lector" Santiago Sylvester acopia un corpus de ensayos literarios donde interpela las nociones de tradición e identidad en un periplo de lecturas críticas que arranca con la cosmovisión fundacional de la antigüedad griega y latina, hace escala en los clásicos europeos y las vanguardias rioplatenses y culmina en el microcosmos literario del noroeste argentino.

"El eje del libro, desde Homero, Virgilio o Cervantes a las coplas del Valle de Lerma, pasa sin duda por el intento de indagar en esa cosa tan inasible que es la identidad; salvo que no a la manera de un tratado axiomático sino desde el concepto de ‘tradición’ en tanto legado que cada tanto, para consolidarse y vitalizarse, debe ser revisado y refutado ", manifestó Sylvester en diálogo con Télam.

"De lo contrario –advirtió– acaba en una forma inerte, una pieza de museo, un souvenir regional o simplemente una caricatura ¿no?."

Publicado por Alción, el libro propone un recorrido de lo general a lo particular que va desde los textos fundacionales de Occidente a los movimientos regionales del norte argentino (como "La Carpa" o "Tarja"), articulándose en una serie de dualidades dialécticas.

La mencionada sobre la tradición y la ruptura atraviesa todo el volumen, sobre todo referida a las vanguardias europeas del siglo XX donde el autor apunta una paradoja: "Fue un período tan pródigo en rupturas, tan ávido de gestos fundacionales, que llevó a Octavio Paz a decir que fue un siglo cuya tradición consiste precisamente en la ruptura."

También plantea una analogía entre Ulises y el Quijote como protagonistas de dos "libros de viaje" –uno busca retornar a su patria, el otro desanda su propio terruño– quienes operan en el orden de la mirada como espejos inversos, contrastando lo épico y lo irónico, la vigilia y el sueño y, sobre todo, la voluntad de verdad o de ilusión.

Otro binomio lo conforman Eneas y Kafka en sus respectivas relaciones filiales: Eneas huye de una Troya devastada cargando a su padre en hombros, Kafka en su "Carta al padre" acomete una suerte parricidio literario.

"En rigor, ambos cargan con sus padres –precisó Sylvester–, pero si para uno representa el apego a la tradición, el linaje propiciatorio que lo acompañará y lo sustentará emocionalmente en su exilio, para el otro asume la forma contraria de una ley que lo asfixia y lo oprime, una suerte de tiranía que debe ser cuestionada."

"Ahora, lo curioso es que ese terrible ajuste de cuentas de Kafka a su figura paterna, lo escribe siendo no un adolescente sino un señor 36 años ya abogado, y entonces uno se pregunta: ¿cuánto de responsabilidad hay en ese padre y cuánto de hipersensibilidad en ese hijo?", acotó, y planteó una inversión polémica de la lectura tradicional:

"Se me hace que el problema del pobre Hermann Kafka, quien al fin y al cabo fue un padre que ejercía con más o menos defectos su poder como cabeza de familia, fue haber tenido un hijo genial como Franz que lo acechó con la severidad implacable de su lupa".

Las duplas prosiguen, entre otras, con el antagonismo entre Shakespeare y Calderón sobre la intervención divina en los destinos humanos (donde traza una alegoría de la idea de Dios en el mundo británico y el hispano) o con los consejos contrapuestos de Baudelaire y Rilke a los jóvenes escritores.

"El francés era una especie de canalla urbano y sus consejos, por ende, destilan cierto cinismo prosaico; en cambio el otro era un místico, vivía la literatura como algo sagrado, y así son sus consejos: más solemnes y esenciales", señaló el autor.

Por supuesto, Sylvester entra en territorio argentino a través de otra dualidad emblemática: Leopoldo Lugones y Macedonio Fernández, a propósito de quienes apunta una curiosidad:

"Si bien ambos nacieron en el mismo año (1874), mientras que el primero, inserto dentro del modernismo, cierra literariamente el siglo XIX, el otro, con esa búsqueda de una escritura fragmentaria, abre el XX; lo cual demuestra que el siglo literario no coincide necesariamente con el cronológico".

Borges, quien reconoció a ambos como sus maestros, no podía faltar a la cita; y lo hace precisamente a partir de un arte que cultivó con fervor: la cita apócrifa.

Según el autor, si Borges fue "el citador por antonomasia de la literatura argentina" es también el más citado falsamente: "Hay una tendencia a atribuirle cualquier cosa como una forma de prestigiar lo dicho, pero a la vez hay que reconocer que fue Borges el inventor de la cita falsa ¿no?, así que digamos que se le paga con la misma moneda."

El libro cierra con un capítulo dedicado a la identidad cultural del noroeste a partir de dos movimientos literarios regionales surgidos a mitad del siglo pasado: "La Carpa" y "Tarja".

El primero nació en 1944 y aglutinó a un grupo de jóvenes escritores, pintores y escultores de las seis provincias del noroeste como Raúl Galán, Manuel Castilla, Nicandro Pereyra, Héctor Tizón, Jorge Calvetti, Raúl Aráoz Anzoátegui, Victor Massuh, Gustavo Leguizamón, Carybé (quien luego sería un referente de la pintura brasileña) o García Bes.

"Bajo la influencia de las vanguardias europeas (que llegaron con cierto retraso al norte) generaron un manifiesto que hablaba de rescatar el paisaje y estar atento al hombre de la tierra, pero también, con mucha claridad, de ‘eludir el folklorismo’, renegando de cierto nativismo exótico y pintoresquista que los relegaba a una especie de artesanía local", explicó el Sylvester, quien es oriundo de Salta.

"Aunque es cierto que ya existían poetas muy importantes como Canal Feijoo, Luis Franco, Juan Carlos Dávalos o Arturo Marasso, entre otros –aclaró–; "La Carpa" fue el primer movimiento que se aplicó deliberada y programáticamente a celebrar los valores de la región, la "literatura de la tierra", abriéndose a la influencia de la América Andina y de poetas como Pablo Neruda o César Vallejo."

Tanto este grupo como "Tarja" (que apareció 10 años después como un apéndice jujeño del movimiento) devendrían de vital importancia para lo luego que se conocería como el "boom" flolklórico del noroeste, influyendo en músicos como Eduardo Falú, Los Chalchaleros o Los Fronterizos.



"Tuvieron una misión histórica que fue incorporar la modernidad a la región, y paradójicamente, otra vez, se trató de una ruptura que vitalizó la tradición; porque si bien comenzaron abjurando del falso folklorismo, terminaron renovando sus coplas", concluyó Sylvester. (Télam).–