Presentación de Ojo Astillado de Hugo F.
Rivella
Por Juan Maldonado, 25 de octubre de 2013
Uno
de los sentidos importantes que conforman la evidencia del juicio, el ojo, yace
afectado en el portal de ingreso de este libro.
Astilladura
del ojo padece quien vela y pasa, como en vuelo, por las páginas de este libro
y disemina, en cada una de las piezas, aquello que puede ser tocado, visto,
gozado y padecido. De pasiones se trata al fin la poesía, indagación
inabarcable.
Que
se privilegie un sentido para apoyarse y trazar el recorrido de un libro no
quiere decir que la voz que recorre, en largas líneas, los poemas se limite
solo a ver. Y paradoja, como debe ser, al fin y al cabo el libro se abre con un
poema donde se dice:
Este
libro es un laberinto con salida a la noche,
el
pabellón del frío en donde el reo sepulta sus ojos
y le
chillan los dientes con un ruido a monedas.
Estas
tres líneas encierran, en sí mismas, una especie de contraguía hacia la
comprensión, algo que complica ex profeso la posibilidad de leer de entrada el
sentido, es decir, las líneas se armonizan con el concepto del laberinto: algo
inextricable, naturalmente imprevisible. Se sabe, lo primero en un laberinto es
la sensación de pérdida y si éste tiene salida a la noche la posibilidad de
encuentro es remotísima, casi imposible, luego el reo sepulta sus ojos, esto es
como una declaración de altísima resignación, es decir, una toma de posición
ante el lugar y no cualquier lugar: estar ciego en un laberinto, a oscuras,
totalmente desprotegido, a solas con su boca, una boca callada y un extraño e indescifrable ruido que no puede
saberse el significado pues se dice monedas, solamente monedas. Es un ruido a
monedas.
Los
enigmas que puede plantear cualquier poema son los ejes que en la escritura y
en este género particularmente acecha, como una causa justa, y el borde donde
se sitúa permite el roce
con aquellas intuiciones que asaltan la conciencia del hombre y amplían las
posibilidades de comprensión de este fenómeno que es la expresión poética.
En
Rivella, se sabe, hay un mundo variado y rico que se conforma desde la base de
un origen que él rescata y exalta en su escritura: la provincia de la cual
viene y forma su lengua musical y propia, más el agregado que va haciendo en su
paso por el mundo, lecturas y experiencias de vida. Digamos, quizás Rivella ve
y siente la vida como un manantial propicio, ante nada se
niega su mano, él abre las líneas de cada poema y dispone su canto, a veces
sencillo, otras más complejo y hondo, pero siempre afinado.
Una de las claves más claras, distintivas
digamos, es la adhesión de la poética de
Rivella a lo que se denomina el campo popular, su escritura toca el punto
sensible desde donde no hay retornos, no deja atajos libres al escape, la
apuesta poética estará siempre orientada a clavar el ojo, astillado o no, hacia
el desventurado, leemos:
Al
pie de la letra:
Se
sacó al transeúnte de encima y se pintó los labios,
empujó
al empresario y atragantó su boca,
el
cura estaba tieso en la penumbra esperando su turno y la
bicoca
de fornicar por catorce indulgencias y un rosario,
en la
fila
el
soldado y la matrona,
el
perro del cuartel con su prestancia,
el
ladrón con el pulso a contramano.
Nadie
miraba a quien, sino el reloj lapidario de la espera.
Ella
había
escrito en el techo:
“Ganarás
el pan con el sudor de tus nalgas”.
Volvemos, entonces, al inicio para
decir que hay herida, herida del ojo, lo que mira está afectado. ¿De dónde el
golpe?, ¿quién habrá lanzado objeto sobre él?
Otros golpes hay sobre los cuerpos, sobre el alma. Aquellos que mentó el poeta
y preguntaba al que todo lo ve. Nada de respuesta, el vacío fue, nomás, parte
del camino que debemos transitar ante esa ausencia, una despiadada ausencia que
genera la base de aquello que forma el cuerpo existencial de la angustia del
hombre, como un estar sin apoyo ante tamaño peso de enfrentar la demasía que es
el universo que habitamos. Mas en este campo de tanta esquina desdoblada y
diversa, vagamos a tientas, a oscuras vamos y por cualquiera de ellas puede y
debe aposentarse la poesía; por esa razón no será república, ni congresos
habrá, tampoco dueños y tal vez sí una larga calle por donde la memoria divague
en recuperaciones, por donde sea posible que los sueños titilen
y la
estructura molecular del lenguaje nos permita encontrar aquello que nos cobije,
que ampare la sensibilidad herida y cree ámbitos de diversidad
enriquecida.
En
este tipo de diversidades debemos incluir este libro, otros libros y toda la
poética de Hugo, esa poética ceñida en el punto de partida, a lo que es una
especie de irrenunciable enunciado: se debe escribir con entera libertad y en
muchos poemas ese planteo interior, inicial se lleva a rajatablas, leemos:
Distracciones
Yo le
decía a mi madre que el otoño tardaría en llegar,
que
en los espejos su nombre era una luz infinita
y la
sombra del patio,
un
ojo de leopardo.
Escribí
este poema mientras los aqueos saqueaban Troya
y
Pizarro torturaba a Atahualpa.
Un
puñal me buscaba en los restos del hombre que soñaba.
Me
distrajo la luna,
las
esquirlas del dolor del muerto,
la
nieve sollozando en los halcones
y el
perfume de tu pelo suelto.
Terminado
de leer el poema uno se da cuenta que el sentido lineal está alterado y el
libre entendimiento corre el riesgo de desaparecer, mejor dicho ha desparecido,
para bien. Entonces, ¿qué hay aquí?, nos preguntamos. La respuesta es clara,
debe ser clara y evidente, esto es lo que la poesía nos deja hacer, esto es lo
que nos permite el lenguaje poético: ingresar al campo de la entera libertad,
aquí la expresión de la lengua no conoce censura alguna y, por ende, quien
obtiene ganancia es la palabra que recorre libremente los espacios de la
conciencia de quien escribe y de quien lee.
Y lo
más extraño, lo mejor es que, más allá del quiebre del sentido, la comprensión
aborda los sentidos y deja que el poema viaje con nosotros, asuma sus funciones
en plenitud.
Imposible
valorar lo que nos da un texto, pedantes seríamos si pretendiéramos agotar de
una mirada el contenido. Ojo Astillado, es, en amplitud, un libro
enriquecido por el trazado de cada uno de sus poemas, algunos de ellos dejan
honda marca como Alimento, a mi parecer uno de los mejores del libro y
del que leo solo un fragmento:
Mi alimento es la muerte que arrastra
las cadenas de un barco que
se
pierde más allá de la noche,
la oscura sed de piedra que tiñe los lamentos de la madre que busca
la
luz en los escombros de Hiroshima,
o se
arranca los ojos en Bombay,
imagina
el prostíbulo donde violan a Cristo
y los
muros del búnker donde gime un poema. ...
Toda
esta intensidad demarcada, línea a línea, reclama un escucha, un ojo, alguien
que diga. Una respuesta se pide al alimento que señala el poema. La respuesta
posible será enigma, encrucijada, para el necesario recorrido de lo que se
abre, lo que aguarda y augura en la progresiva
figuración terrenal.
Ante límites extremos nos exigimos, debemos cumplir el necesario tránsito con
la esperanza de alcanzar, tal vez tocar, aunque sea un borde posible de los
sentidos ateridos que ha disparado el poema, construcción que nos sume en
actitud de arrobo, los sonidos nos dejan anhelantes, alertas, y que no se
diluya el aura de esas voces para que no quedemos en torreones perdidos,
balbucientes y ocaso.
Gracias,
entonces, Hugo, por este Ojo Astillado.