La poesía del
movimiento por Laura García del Castaño
Entre los clásicos del Tai Chi hay un anónimo: “La canción
de las trece posturas”:
“Mantén las trece posturas
no las olvides
Cuando desees moverte
empieza desde la cintura.
Se sensible a los cambios
al más ligero cambio
de lo lleno a lo vacío…”
“En el abrazo de la quietud
yace el movimiento
Y dentro del movimiento
la quietud se oculta.
Busca por tanto
la quietud en el movimiento.
Si puedes encontrarla
los tres tesoros serán tuyos…”
El libro de Jorge Carranza comienza con una evocación al
niño que fue. Este niño viene a buscarlo desde el futuro, como si el vivir
fuese un reencuentro con el nacimiento, un ir hacia el inicio, un círculo, cuyo
relleno contendría lo dulce y lo amargo, la luna interior y la exterior, el
sueño y lo poderoso, el ying y el yang, en continua mezcla y empuje.
(movimiento del Tai Chi, ir con un todo en equilibrio).
De esta manera el libro se asentaría siempre sobre dos
extremos, ni consecutivos ni lineales, sino cíclicos, opuestos que interactúan,
lo lejano está cerca, el afuera es
adentro, dureza y suavidad, camino de
ida y de vuelta, arriba y abajo,
el ying y el yang, uno dentro del otro, ninguno sin el otro; y de pie en este
círculo, el poeta en equilibrio, el Tai Chi, la meditación del movimiento o mejor
dicho “la poesía del movimiento”
Cheng Man Ching, maestro chino de Taichi del siglo veinte
dijo “invertir en la pérdida. Esto significa estar dispuesto a perder el
equilibrio con el fin de encontrarlo”.
Dice otro poema anónimo del Tai Chi:
“Mis movimientos me van desarmando
tal como un viejo guerrero
que se va sacando la armadura
porque ha renunciado a la guerra.”
“Mi danza es muy suave y lenta
porque la hago a la orilla del abismo
que es la ausencia de paz.
Se desplaza por el espacio como un suave viento
y a medida que avanza va inaugurando espejos
en uno se refleja el niño que fue
en otro aparecen resucitados sus sueños muertos
otros muestran el fuego que le da vida a su pecho
y la tierra que será cuando el tiempo se le clausure
Se desplaza por el espacio como un suave viento
y su cuerpo le da vida a espejos donde aparece
lo que fue lo que es y lo que será”
Cada poema de Jorge Carranza es transparente como una hoja
de calcar en la que debajo se aprecia un guerrero silencioso y sentimental, que
como en el Tai Chi, va sacando su
armadura, porque ha renunciado a la guerra.
Un guerrero que se equilibra en el desequilibrio, un
guerrero del espacio y del detalle, obsesionado con el tiempo y el silencio.
Cito del libro: “caminar sobre hielo quebradizo, hay que
moverse solo lo necesario”
Jorge no sentencia, ni es inapelable, usa el presente sólo
en función de lo que fue y lo que vendrá, no pone cosas por encima de otras o
en contraposición, sino que todo esta en continua fusión, en los “movimientos
sagrados de una danza milenaria”
En el poema cero a la
izquierda dice: “La vida pasa como un vientito y roza al poeta”.
El poeta es un paciente observador del delicado proceso de
las cosas y de él mismo, que trasmutará de observador a reflejo de la naturaleza.
(Y en este contexto hay una empatía con la poesía China, hombre
y naturaleza unidos)
Shchtski escribe en la teoría del libro de los cambios “la
vida interior lo que ha de venir, lo que esta siendo creado y el mundo
exterior, lo que está desapareciendo, disolviéndose”
A medida que el mundo exterior del libro se disfuma, pierde
consistencia y valor, el mundo interior del poeta que es el mundo interior del
hombre empieza a develarse, se despeja, se acerca y en ese trabajo el poeta
también se desapercibe materialmente y se ve incluso en algunos poemas desde
afuera, en una visión omnisciente
Cito del libro: “Un pedazo de mi/se terminó de ir el otro
día/se fue yendo de a poco/sin esfuerzo/ delicadamente/se desprendió como lo
hicieron los continentes/y ahora hay un mar entre ellos/ Ya es una isla que
flota/allí al frente/y se sigue alejando”
Salvo algunos poemas como “A la canasta”, “La caja del
camión”, “Suelo sagrado”, “Remera”, los poemas del libro poseen una ausencia de
objetos y esta devaluación de la materia le otorga al libro una suspensión, una
gravedad, una flotación, incluso es casi nula la presencia de los sentidos del
olfato, el gusto y el tacto, sentidos primordiales de la comprobación física
del mundo, en contraposición, hay un predominio del sentido de la vista y el
oído, pero, lo que mira y escucha el poeta no es estático por consiguiente no
es seguro, está siempre inclemente, está siempre rotando como las estaciones y
los fenómenos climáticos, y como estos encarnan en el poeta, él mismo es un
tránsito de estados, y en consecuencia este continuo tránsito amenazante está
teñido de melancolía.
Otra particularidad es la ausencia de colores. Sólo utiliza
el blanco, el negro y el amarillo. El blanco y negro como unidad del ying y el yang y el amarillo como generador del ying y el yang y centro de todos los colores, todo
simbología del Tai Chí.
En los 53 poemas, además se va dando un proceso, cambios
sutiles, fases (para decirlo correctamente), estas son: brotar, florecer,
madurar, marchitar, inactivo, brotar, florecer, madurar, marchitar, inactivo.
Nacer y retornar con uno mismo con su patria con su casa. Una postura en
movimiento en busca de equilibrio.
Todos sabemos que la metáfora es una comparación o una
sustitución de elementos que son lejanos en apariencia pero cercanos en
experiencia. El poeta utiliza el agua, lo irán descubriendo a lo largo del
libro, pero el agua en sus diferentes estados. Tendrá la verticalidad de la
lluvia que es la verticalidad del miedo.
Tendrá la horizontalidad del río que
es la horizontalidad del tiempo y su arrastre. El hielo como la dureza de la maquinaria mental. La
laguna como el interior del poeta, la nube como la vida en continua mutación y
amenaza. Y luego habrá otros elementos. La luna como mediadora y luz
espiritual. El invierno como letargo unida a la noche como suspensión de luz y seguridad.
El sueño será agua también, por eso el hablará siempre en términos de inmersión.
El sueño es agua a riesgo de evaporarse.
El silencio está siempre al centro, es la casa y la patria, el poeta es un buscador incansable del
silencio. El poeta es el que se domina, el poeta es el equilibrio en sus
poemas.
Cito del libro: “ a veces el corazón amanece con nube, pasan
días y la nube permanece, no se va, ya vendrá el viento bueno, el que despeja y
limpia y arrima siempre tiempos mejores”… “Este río en el que vamos pone y saca
lleva y trae a su antojo. Hoy arrimó a esta pobreza lluvia y brisa”
Aquí sería “Cuando la
naturaleza habla y actúa”
La naturaleza decide sobre el poeta, lo invade y el se
entrega, para ser curado, custodiado o simplemente transformado en total
consentimiento y aceptación.
Y aún cuando hable desde cierta pesadumbre, lo hace de un
modo indulgente y cálido. Incluso utiliza mucho los diminutivos, que es un poco
el pudor a la dureza de ciertas palabras, como si quisiera aliviar su impacto,
acariciar su sentido.
En lo personal no utilizaría el término sencillísimo ni
llano para calificar la poesía de nadie mucho menos la de Jorge Carranza. Eso
que algunos llaman simple, es la labor compleja de conversión. Trasladar una
visión trascendental a lenguaje cercano, cotidiano y afín. Hablamos de nitidez,
asimilación de hoja de calcar, como un ilusionista que utiliza una moneda para
un truco de magia. Lo domestico en función de habilidad subjetiva. La alianza
de lo cotidiano y lo subjetivo. La alianza de la naturaleza y lo cotidiano. La
alianza del silencio y lo confesional.
El poeta será en este libro un tránsito de estados
El silencio será con él inseparable
El universo se da
entero a cada instante.
El pasado se monta y
se desmonta como la carpa de un circo
El poeta es un hornero
dándole forma al caos
Una paloma sobre un
cable inestable
Heterónimos a fuerza de unirse o diluirse
Luchadores de sumo,
manada y desolación
En el último poema, el único estático del libro, el poeta
percibe al fondo de la laguna un tren.
El agua que ha sido el denominador, el cauce, el río, la
nube, la lluvia, el mar, aquí es una laguna, aquí hay percepción del fondo,
transparencia, el fondo del poeta, la lucidez última donde se reúne con el niño
que fue. Dos orillas que eran la misma orilla pero que solo se ha sabido al
final, como dice Hugo Mujica, en el epígrafe que cierra el Tai Chi.